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Yaneth Rojas

Taller: Kirigami
Oficio: Trabajo en papel
Ruta: Ruta Casanare
Ubicación: Villanueva, Casanare


Yaneth, como prefiere que la llamen, tiene la memoria de su abuela y de su madre tejiendo y haciendo chorotes de barro en su natal San Eduardo, Boyacá. Era algo que se hacía en su casa, para vivir y resolver el día a día, pero que ellas nunca asumieron como un oficio artesanal. Verlas hacer le enseñó a trabajar y sí que le sirvió pues la vida para ella empezó temprano, yéndose de casa a los diez y trasegando de ciudad en ciudad, Tunja, Medellín, Bucaramanga, Cesar, en busca de trabajo. El bordado y el tejido, coser, hacer croché, canastos, múcuras la sacaron muchas veces de aprietos.

Terminó en Casanare porque con quienes vivió en Aguachica, Cesar, se iban a ir a Los Llanos en busca de trabajo y fortuna. Les pidió que la llevaran y allá llegó a un cultivo de algodón en el cual no solo logró su sustento, sino que conoció al padre de sus cuatro hijos. De él se encantó porque lo veía tejer chinchorros por las tardes, y le rogó que le enseñara. Se casaron cuando cumplió los 18.

La vida nunca fue sencilla para ella. Hacía de todo, tortugas para trancar puertas, cosía a máquina haciendo ropa, fabricaba bolsos, tejía, lo que fuera necesario para sobrevivir y sostener a su familia. Hasta que las cosas se pusieron complicadas, sus hijos se graduaron del colegio y dejaron de recibir el apoyo del padre para sus estudios superiores y a ella le diagnosticaron un cáncer que la doblegó. Hoy cuenta esta historia con la fuerza de quien sobrevivió, pero recuerda que fueron tiempos durísimos y muy dolorosos en donde, en todo caso, la certeza de tener que sacar a sus hijos adelante, le dio la fuerza que no sabía que tenía. Suspira al contar que cuando estuvo en sus peores momentos de salud, sus hijos le alcanzaban el material al chinchorro para trabajar acostada.

Basta decir que el papel maché le salvó la vida. Cuando ya la habían desahuciado, en medio del miedo y para matar el tiempo en donde no quería pensar en la muerte, se puso a partir cubetas de huevos ensopadas y a licuarlas. Quería intentar hacer las tortugas que tantas veces había hecho con piedras. Ello le ocupó la cabeza y le permitió hacerles el quite a los malestares de la enfermedad. También aprendió a moldear caballitos que sus hijos les vendían a sus mamás. Con la alegría que este oficio le daba, vino la recuperación.

Pronto llegarían las capacitaciones para perfeccionar la técnica, y la participación en ferias artesanales, a nombre de una fundación a la que pertenecía, con animalitos como vacas, caballos, el chigüiro llanero y el búfalo, este último reconocido por el transporte de palma, una de las economías del departamento. También vendría la separación de ese grupo de artesanas y el emprendimiento con todo un nuevo zoológico, un toro, un rinoceronte, gallinas chirosas, el venadito de las sabanas llaneras… y la necesidad de ponerle nombre a su negocio. Se decidió por Kirigami, una fusión de dos siglas japonesas que significan cortar y pegar. Pero que también tiene un recuerdo lindo detrás suyo. Cuenta Yaneth que ella escribía camino con K y que la primera letra que recuerda haber hecho en barro fue, justamente, una K. Esa letra equivocada, pero con un sentido tan claro de vida, le mostró el camino que seguiría. Uno que ha llevado a Kirigami hasta más allá del mar, a Milán, y que ha hecho de este proyecto un refugio para otras mujeres que creían que lo habían perdido todo y, al revés, allí se encontraron.

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