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Oda a la artesanía

Fuente: El Espectador

Soy parcial y lo confieso. Porque estoy enamorada de la capacidad que tienen las manos de contar historias. Porque, aunque cargan melodía y voz y relatos, estas manos artesanas andan solitas y se saben recorridas. Pueden permanecer en silencio y, aun así, o sobre todo así, lo cuentan todo, lo muestran. Porque las arrugas que las marcan son de la pura experiencia, y se llaman “dulces” cuando manipulan los metales y, no se lo imagina, pueden hacer música y llamarla tañido. Porque enhebran y tejen esos chinchorros en donde un bebé recibirá su primer arrullo y un difunto tendrá su última morada.

Porque alaban con un canasto, un sombrero, un maletín o un guarniel esplendorosos o una talla en madera o piedra la preciosura de la naturaleza y de la vida. Y son conscientes, claro, de que una hamaca no es solo una hamaca, sino la historia viva de un pueblo, al igual que una ruana es el calor del hogar. Porque actúan como alquimistas, le rinden culto al fuego y se dejan guiar por la luna para fundir o cortar. Porque ablandan el barro y porque, tejiendo, son capaces de sanar a quien está roto. Porque conversan con el tiempo y aman tanto lo que hacen que pueden batir sin freno el agua bajo el sol inclemente “a ver si cuaja”, y así demostrar que tendrán la paciencia suficiente para inventarse un mundo en filigrana. Estas manos artesanas lo saben plenamente: su oficio honra el valor profundo del trabajo.

 

Y podría quedarme en la infinita enumeración de sus atributos, pero quisiera que se maravillaran, como yo, viéndolas cerquita, a esas manos y a sus dueños y dueñas. Fui invitada a construir un mapa que le permitiera a un turista descubrir el origen, geográfico y mítico, de las artesanías que tanto nos gustan. Recorrer esa Colombia Artesanal que nos hace ver otra capa de este país que no deja de conmovernos por la gente que lo salva.

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Ver en cada uno de los artesanos aquí homenajeados –con años de experiencia, capacidad de transmitir su saber, medallas a la maestría artesanal y un producto maravilloso–, una ética del oficio que, en momentos en donde todo se quiere ganar fácil y rápido, es un ejemplo de consagración. Porque su forma de vida celebra la belleza, del objeto y del relato. Y si pudiera decirlo, porque en un tiempo en donde se es tan indigno, ellos son pura dignidad.

Este no es, sin embargo, un recuento puramente romántico. Si bien oír a las ancianas tejedoras kamentsá o tikunas, del Putumayo y Amazonas, así como a las herederas wayúu de la Guajira, es adentrarse en historias que nos transportan a otras dimensiones espacio temporales y con las cuales es posible ensoñar, el país se impone y, no siempre, de maneras gratas.

 

Conocer el quehacer artesanal de Colombia es entender de economía y de sociología, de educación y trabajo, de infraestructura y de comercio. De decisiones de gobierno que modificaron las economías regionales. De resiliencia y capacidad de adaptación. De cambio climático y conciencia de que las materias primas no son infinitas. De cultura.

La artesanía nos hace viajar por los territorios y la construcción de una idea de nación. También, ver las consecuencias de cada decisión tomada por las dirigencias del país a través de los años. Cómo podríamos habernos imaginado que la sustitución de los sacos de fique con los que se empacaba el café, por material sintético, impactaría el devenir económico de comunidades enteras que vivían de esta tejeduría. Enterarnos que la Apertura económica dejó sin trabajo a cientos de productores de telas porque era más barato importarlas o saber que los artesanos empiezan su vida laboral antes de aprender las vocales. Y, finalmente, ¿cómo entender que resulte imposible resolver un problema real de escasez de lana en Boyacá con la de Caldas, si no es por falta de voluntad de desarrollo regional?

Los artesanos producen, contra viento y marea, los objetos más increíbles con los que nuestras casas se ven más bellas, nos decoran y nos abrigan. Nos cuentan historias y nos amplían el mundo como cuando el tucán y la boíta en yanchama dialogan entre sí y nos secretean de la selva al lado del gigante amazónico. Nos susurran en los sueños las enseñanzas de la araña tejedora o nos cuentan cómo es que un bejuco llamado tripa e´perro en el Quindío y guambé en el Amazonas, se aloja en las alturas de los árboles y hay que zafarlo despacito como pidiéndole permiso.

Nos muestran que con la boca se jala el mopa mopa y con los pies se aprieta la chambira. En fin, nos enseñan a ver, a oler, a sentir, a oír, de geografía, de historia, de lingüística, de espiritualidad, de botánica. Hablar con ellos y verlos trabajar da la posibilidad de entender el afecto que los mueve y que tiene mucho de historia familiar, además, claro, de maravillarnos con la impresionante habilidad manual que tienen. Son un sinónimo muy apropiado de lo que significa la entrega. Colombia Artesanal invita a descubrir otro país, que siempre ha estado ahí. Verlo con otros ojos.

 

Sus artífices son unos resistentes y muchos de ellos se saben los últimos de su estirpe. Y así como es de brutal que una especie se extinga, es igualmente dramático que un oficio desaparezca. Herederos de un saber replicado por décadas, saben que lo único que los hará sobrevivir es el uso de la artesanía que producen. Este mapa busca revelar las muchas etapas que tiene la elaboración de una artesanía, desde la recolección de su materia prima hasta su terminado, de la mano de sus creadores y en el lugar donde nacen y se hacen.

Y, así, mejorar calidad de vida de los artesanos y la de sus comunidades. De paso, encantarse con la belleza del país, su gente y sus paisajes y comidas. Estamos convencidos de que verlos hacer las artesanías, en sus talleres, le dará el valor al objeto que a veces perdemos de vista. El trabajo hecho a mano como excusa para pensar, sentir y encontrarle el sentido a tanto.

Por Dominique Rodríguez Dalvard
EL ESPECTADOR

https://www.elespectador.com/entretenimiento/gente/colombia-artesanal-una-oda-a-la-artesania/

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