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Edgard Saez

Taller: Fundación tambores comunitarios a la calle
Oficio: Luthería
Ruta: Ruta Atlántico
Ubicación: Barranquilla, Atlántico


Edgard Saez hizo su primer instrumento cuando dejó caer el par de maracas que su padre le había traído. Le pidió a su hermano mayor ayuda para arreglar las maracas rotas, pues su padre volvería el viernes y por nada del mundo podía verlas así. Entonces su hermano le enseñó a hacerlas y él siguió diligente cada paso. Supo que de ese momento en adelante no volvería a sufrir cuando se le rompieran un par de maracas. Quizá por eso, quizá porque su padre le trajo unas maracas y no un tambor como a sus hermanos, quizá porque su madre es una mokaná de Tubará, donde se ha trabajado por años el totumo, su fuerte son las maracas del Atlántico. Sabe que las caracteriza su diámetro de quince centímetros y sus 330 gramos de semillas de capacho o de chira, y que por eso pueden acompañar el sonido dominante de la flauta de carrizo en las músicas tradicionales del carnaval de Barranquilla. Sabe, además, que las maracas izquierdas se tocan distinto de las derechas.

Esas primeras maracas con las que su padre dictó, sin saberlo, el destino de su oficio, fueron traídas de una de sus múltiples travesías. Nestor Ananías, un negro baquiano de Ciénaga de Oro, trabajaba abriendo caminos a punta de machete para instalar antenas y repetidoras de Telecom en la Sierra y, según Edgard, de ahí le vino la habilidad para usar el machete con el que cova y talla sus tambores. Y el amor por el arte, esa bondad particular de los artesanos, le vino por el lado de su madre, Hilda Mercedes Castro, una mokaná de Tubará que trabajó por años en modistería y de quien fue muy cercano en su infancia, probablemente por haber sido el menor de 5 hermanos.

Tuvieron que pasar muchas cosas antes de que Edgard llegara a ser el conocido profesor de elaboración de instrumentos de la Escuela Distrital de Arte de Barranquilla que es hoy. En la universidad pasó por las carreras de comercio exterior y administración de empresas antes de graduarse de contaduría y especializarse en análisis financiero. Luego, sucedió que tras trece años de trabajar en el Banco Cafetero, salió junto con los otros nueve mil empleados que perdieron sus trabajos con la liquidación del banco, y entonces tuvo que reinventarse. Ya había decidido regresar a eso que había hecho antes, a las labores del campo y a la música que había conocido con su padre, cuando tuvo que enfrentarse a un cáncer que lo dejó sentado en una silla por tres años. De esa prueba, afortunadamente, salió más fuerte, con unas ganas inmensas de entregarse a los instrumentos.

Y si pudo hacerlo fue gracias a que, en los setenta, tuvo la oportunidad de aprender los secretos de Paulino Salgado Valdez, mejor conocido como Batata, el mejor tamborero de San Basilio de Palenque. Con él aprendió a medir las flautas de carrizo y de millo según las cuartas de sus manos, y las aberturas inferiores de sus tambores según la medida de sus puños cerrados. Aprendió que si los cuerpos de las tamboras, los tambores alegres o hembra y los llamadores o tambores macho tienen medidas exactas es porque las ondas sonoras necesitan el espacio suficiente para madurar en sus interiores y así alcanzar los altos y bajos que el intérprete toca. Si bien su fuerte son las maracas de totumo, Edgard recita las particularidades de los tambores, las guacharacas, las flautas y hasta las baquetas que fabrica, como mandamientos. En su taller, que queda en su misma casa recibe a los músicos de la ciudad que llegan buscando materias primas o consejos, y a sus estudiantes de la Escuela Distrital de Arte, a quienes les transmite todos los detalles que un luthier debe conocer, detalles que comparte con quienquiera que esté interesado en recibirlos con su característica efusividad y dedicación.

Artesanos de la ruta

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