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Adolfo Coll

Taller: Artesanías Coll Mocaná
Oficio: Trabajo en no maderables
Ruta: Ruta Atlántico
Ubicación: Tubará, Atlántico


Imagen de Medalla Maestría Artesanal

Para aprender a tallar el totumo no se necesita más que una puntilla de acero oxidada. Ofreciéndoles ese simple instrumento, el maestro Alfredo Coll les ha enseñado, por años, sobre el trabajo en totumo a sus vecinos, adultos y niños, y se dice que en sus inicios les daba incentivos a los niños con tal de que aprendieran un poquito de la técnica y ésta no se perdiera. Después de tallar un totumo preparado, a los interesados les enseña los detalles del oficio: saber cuándo recoger el fruto del palo del totumo clavándole la uña, y limpiarlo exhaustivamente para que no se torne negro ni se arrugue.

Sin saber muy bien por qué, cada vez que tiene un totumo o un trozo de madera náufraga en frente, el Maestro siente ganas de hacer una máscara. Se le aparecen ojos, narices y bocas, como manifestaciones de un rostro que quiere hablar. Las máscaras, símbolo de la personificación de entidades animales o místicas y herramientas de encarnación, son seguramente una herencia de su etnia Mokaná, del colectivo inconsciente de esos artesanos que, antes que él, hicieron los rostros antropomorfos que hoy en día brotan de entre la tierra y son considerados por nosotros meros objetos arqueológicos.

En él, esa antigua tradición de la creación de máscaras se manifiesta en rostros de rasgos irregulares e irreales, con ojos dispares cuadrados o redondos y narices como corbatas. Sabe que, como las personas, cada máscara requiere de un rostro singular; por eso ninguna se parece a otra. Y en las mejillas, les dibuja las ranitas, cigarras, caracoles y lagartijas que se encuentran en Piedra Pintada, en el Morro, un testimonio sagrado del mundo simbólico de sus ancestros, que yacen muy cerca de Tubará y que él traduce en dibujos geométricos que concuerden con su estilo característico.

Sin embargo, para llegar a hacer sus máscaras, primero tuvo que aprender joyería de la mano de su padre, Manuel Coll, que trabajó en orfebrería toda su vida. Adolfo se sentaba a su lado e imitaba su técnica. A los nueve años, ya la había dominado. Desde entonces, sin importar el trabajo que tuviera, siempre tuvo un taller de orfebrería montado en casa hasta que, en la década de los ochenta, el oficio empezó a variar y decidió darle una oportunidad a ese material que abunda en la costa, el totumo que crecía frente a la empresa en la que trabajaba, el mismo que sus abuelas y sus tías usaban como tazas y platos hondos. Cuando empezó a usarlo, lo trataba con las técnicas de la orfebrería y hacía joyas. Después empezó a quemarlo con el mismo soplete de joyería, y optó por revertir la técnica tradicional de Córdoba, donde primero queman todo el totumo y después lo graban. Él, en su lugar, decidió grabarlo y después quemarlo, con lo que logró dividir la superficie del totumo para quemar cada parte con distintas intensidades, que además complementa con variadas texturas labradas.

Este artesano, que le ha enseñado a incontables aprendices en su propio taller y en las Casas Distritales de Cultura de Barranquilla, está además a la cabeza de la Asociación de Artesanos de Tubará, que reúne a veintidós personas, y con quienes participa en el Festival de la Yuca y del Totumo. En el 2021, recibió la Medalla a la Maestría Artesanal Contemporánea por parte de Artesanías de Colombia, un merecido reconocimiento a su trabajo en la transmisión del conocimiento y a su desarrollo de la técnica.

 

Artesanos de la ruta

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