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Ruth Smith Preciado Hernández

Taller: La Rueca Izana
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Paipa - Iza
Ubicación: Iza, Boyacá


Ignacio Salamanca. Ese es el nombre de la persona que le enseñó a tejer a Ruth Preciado. Si bien sus abuelitos maternos y paternos fueron hilanderos de toda la vida, y gracias a la rueca sostuvieron las economías de sus hogares, el arte, la artesanía, la vino a aprender ya mucho más grande, apenas en 2022, luego de una quiebra que la hizo replanteárselo todo y volver a empezar. Allí se dio cuenta de que el tejido era algo que amaba hacer desde niña y que, por cosas de la vida, había dejado de practicar. Fue así, con ese impulso que la vida nos da con las segundas oportunidades, en donde se lanzó con todo lo que tenía, ni más ni menos que el espíritu llenito de energía, y retomó las agujas.

Recuerda que tejer era algo que se les enseñaba a los niños en la escuela y ella no fue la excepción. Pero como no tenía agujas ni su familia con qué comprarlas, miró a su alrededor y vio en los rayos de las bicicletas viejas una posible herramienta. Y sí que lo fueron esos rayos. Quizá esa recursividad explica que, tantos años después, y frente a la emoción que le produjo descubrir las posibilidades del telar, hizo lo necesario para hacerse a uno. Y la vida la premió. Primero con un taller que le impartieron con esta técnica en donde irradió no solo entusiasmo sino talento, y en donde la maestra le dijo que fácilmente podría dedicarse a este oficio porque tenía las manos y el ingenio con qué hacerlo. Luego, porque un amigo de la familia resultó ser un tejedor excelso que, a falta de herederos de su oficio, pues sus hijos no quisieron aprenderlo, encontró en Ruth su nieta adoptiva. Ese fue don Ignacio. Ella, fascinada con la tejeduría le dijo al señor lo que estaba aprendiendo y fue como si en el hombre se encendiera una llama. La tomó de la mano y le enseñó todos los secretos del manejo del telar y le ayudó a armar el suyo.

Resulta que compañeras del curso, ante su entusiasmo con la técnica, le dijeron a Ruth que en la alcaldía de Iza había unos telares en comodato que nadie usaba. Más se tardaron en darle explicaciones al respecto que ella en ir a preguntar por ellos. Y fue una odisea su rescate pues llevaban arrumados más de dos décadas y estaban completamente desbaratados. Cualquiera se habría desinflado ante su estado lamentable, pero no ella. Su encuentro lo tomó como una señal y se armó de valor. Para eso tenía a su lado a don Ignacio y a Pedro, su esposo, compañero fiel de éxitos y fracasos, quien le ofreció la mano y la impulsó a seguir adelante con su sueño. Así que agarraron el esqueleto de telar y le devolvieron la vida. Y la armada del telar, le devolvió la vida a don Ignacio, como se lo confesó luego a Ruth, tal era su emoción por volver a tocar la herramienta con la que tejió su vida y la de su familia. Entre los tres, le completaron y arreglaron las mallas, el peine, el tambor, los marcos y, así, se armó la urdimbre hasta dejar el telar listo para marchar.

No parece que todo fuera desde hace tan poco, de lo mucho que le ha cambiado la vida. Sus hijos Manuel Felipe y Silvia Natalia, el uno ingeniero electrónico y la otra teóloga, son los primeros que visten con orgullo las prendas de su mamá, y su esposo se ha convertido en un tejedor más hábil que la propia Ruth. La pareja trabaja en lo que se ha convertido en el negocio familiar y cuando los hijos vienen a la casa, todos tejen, encienden el fuego en el patio y alrededor de un sancocho se entregan al trabajo con la lana. De hecho, Ruth le ve mucha madera y gusto tejedor a Manuel, por lo que sueña que algún día siga con esta historia. Mientras esto sucede, la pasión sigue su curso y ella sigue sacando de la manga sus habilidades pues al haber cursado modistería en el Sena cuando era una jovencita, ve en la moda una posibilidad real de crecimiento de su Rueca Izana. Siente que, junto con otros artesanos del pueblo, entre ellos el taller de Rebancá, están volviendo a despertar el oficio tejedor que por tanto tiempo definió a Iza. Y, de este modo, recordando, con el corazón y las manos, a sus abuelos hilanderos.

Artesanos de la ruta

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