Taller: Taller Madre Tierra (Tsbatsanamama)
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Putumayo
Ubicación: Sibundoy, Putumayo
“Sangre, territorio y un pueblo Kamentsa fue el premio que Dios nos dio desde el nacimiento”, dice Emerenciana con orgullo en la voz. Una voz que, luego de oírla por unos minutos, se descubre poderosa y llena de sabiduría y compasión. Es una lideresa innata, heredera de este rol, nieta de gobernadores indígenas y gobernadora ella misma de su resguardo, junto a su esposo Camilo Jamioy.
Los días lluviosos del 2021 la tienen triste, por su exceso y porque le hacen recordar otra temporada de inundaciones que tuvo este pueblo del Valle de Sibundoy, en el Alto Putumayo, en 2002, cuando las aguas arrasaron las chagras proveedoras de alimento. Hace gran énfasis en este punto pues es esta huerta la que lo provee todo para esta comunidad, es donde crecen no solo las hortalizas, plantas y tubérculos que hacen parte de su dieta, sino las hierbas aromáticas y las muchas plantas medicinales con las que se hace el “remedio” que todo lo curará. Es la chagra la que ofrece el equilibrio que llegará a través de la limpieza del yagé.
También cuenta, con cadencia y la alegría de tener la memoria intacta, cómo fue aprendiéndose todos los mitos y leyendas de su pueblo, sentada chiquitita alrededor de la tulpa caliente, oyendo a las mamitas mientras tejían las historias. Recuerda cómo hablaban del taita oso, por los que hay en el Valle, así como de todos los animalitos del monte, cada uno más especial que el anterior. Y sonríe al narrar la preparación para celebrar cada nuevo año, arrullada por la serenata de la flauta, vestida con la indumentaria plena de mantos y coronas coloridos, frotándose con flores y compartiendo la comida, la chicha y el mute que Dios les dio a estos hermanos de sangre. Así creció, llenándose de la alegría y compañía de esta gran familia, con relatos de la naturaleza y viendo cómo es que hablar de ella sana.
Porque le ha dedicado gran parte de su vida a utilizar el tejido como medio para reparar heridas enconadas en el alma, para enfrentar los demonios y sanar los más grandes dolores. Le basta ver cómo una niña tiembla al enhebrar una aguja para entender los miedos por los que ha pasado y cómo el abuso la ha roto. “Lo duro es aprender a entregar su palabra y la confianza dentro del tejido, para que te cuenten qué pasó”, cuenta conmovida, aunque segura de que el cuidado que allí se brinda en el tejer y el tomar el remedio, les construirá un nuevo terreno de seguridad con el cual empezar a sanar. El ejercicio lo lleva a todos los dolores del corazón y el cuerpo, y se ha convertido en mediadora, ojos, oídos y voz para ese alguien en busca de mirada, escucha y palabras precisas y honestas.
Es el puente para que revisemos ese origen de la vida que lo marca todo en nuestros actos y nos permite descubrir una liberación. Y, así, nacer de nuevo.
No puede copiar contenido de esta página