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Ángel Medardo Becerra

Taller: Merarte
Oficio: Trabajos en madera
Ruta: Ruta Paipa - Iza
Ubicación: Duitama, Boyacá


Cuando rememora su vida se conmueve y se le quiebra la voz por un momento. Porque al irse bien atrás, mucho antes del éxito, recuerda a las personas que se asomaban a verlo trabajar el torno y transformar en objetos llenos de belleza esa madera que siempre habían visto usar en piezas apenas útiles. Sin saber que tenía la habilidad en las venas, y en las manos, se agarró de lo que había aprendido del oficio en su casa, de lo que hacían sus abuelos y papás desde siempre, objetos para la cocina, y así se lanzó al ruedo. Al haber perdido a su papá a los cinco, el trabajo duro era algo que lo constituía, así que cuando una persona vio las cucharas de palo que hacía le preguntó que si se le medía a hacer artesas, esas figuritas que semejan un canasto de frutas miniatura y que se usaron por tiempo para decorar las neveras, dijo que, aunque nunca las había hecho, lo intentaría. Y las hizo, con tan buena suerte que las 80 docenas que sacaba a la semana se le quedaron rápidamente cortas. Recuerda que hubo un tiempo donde las cuentas que hacía era por pedidos de miles de tablas de cortar y de churrasco, así como de pataconeras y que tuvo un taller de 60 personas.

Lo que le sorprende a Medardo a estas alturas de la vida es que de verdad se lo inventó todo de la purita voluntad de atreverse a cumplir los retos que le ponían. Porque para alcanzar las metas que cada día eran más grandes, se ideó las herramientas con las cuales tallar, así como los moldes y las máquinas para tornar las piezas de madera que necesitaba y se ríe, y aterra, de los peligros que corrió intentando ver cómo mejoraba un poco los procesos manuales que realizaba. “Nos pusimos a ensayar con una copa que había mandado a construir e hicimos un torno y prensábamos, con una copa fija que pegamos con unos tornillos, a la manera de una centrífuga…”. Relata esto como una locura cometida, un poquito arrepentido, para mostrarnos que nada le quedó grande. También cuenta esos primeros años en los cuales todavía vivía en la vereda Siratá, relativamente retirada de Duitama, en donde no solo era difícil hacer llegar la materia prima, sino que la luz era muy inestable entonces si prendía torno y sierra, dejaba a los vecinos sin energía. Pero como todos lo veían trabajar y conocían su talante y verraquera, lo alentaron a que no dejara de trabajar, pero que no lo hiciera a las 7 de la noche porque ver el noticiero era sagrado para todos. Y así lo hizo.

Sucede que todos se lo quedaban mirando. Siempre. Porque lo que hacía era minucioso. Y detallado. Y preciosista. Hasta que un día les dijo a quienes lo observaban que por qué, en lugar de mirarlo, no lo ayudaban. Y, así, empezó a enseñar lo que hacía. Le costó un montón. Duró varios meses remediando lo que hacían sus aprendices, pero se dio la pela por ellos y por tres años se dedicó a enseñarles. Necesitaba formar mano de obra para poder atender los cada día más grandes pedidos que recibía y se fue especializando en productos para la mesa y la cocina, así como objetos de decoración para la casa en maderas de sauce, zapán y pino. El cedro ya prácticamente no lo usa por cuestiones de conservación medioambiental. Durante todo este tiempo, también se casó, ya “viejo” como dice, y se trasteó al casco urbano de Duitama donde todo se hizo más fácil al contar con un espacio amplio donde construyó hornos para secar las maderas.

Ha tenido una larga vida, marcada de éxito y de caídas brutales de su industria por cuenta de los cambios en el negocio. Eso hizo que, de tener una fábrica que cada día se hacía más masiva, se reenfocara en las ferias artesanales que lo hizo regresar al centro de su trabajo, a la experimentación con el material que le permite sentir la madera más cerca de sus manos que nunca. Y así lo hizo. Volviendo a recibir las miradas de siempre.

Artesanos de la ruta

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