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Angélica Chiles

Taller: Tamo de oro
Oficio: Enchapado en tamo
Ruta: Ruta Pasto - Sandoná
Ubicación: Pasto, Nariño


Hay circunstancias en la vida que nos hacen lo que somos. Angélica aprendió a mirar las cosas con increíble detenimiento, a fijarse en lo que quizá muchos no, como las ondas expansivas de un charco cuando cae encima una gota de agua, los colores brillantes y cambiantes del sol sobre las montañas de su tierra, los perfiles de las montañas que se vuelven puro movimiento.

Su curiosidad innata se potenció porque su papá no podía ni hablar ni oír, así que todos en la familia desarrollaron un código de comunicación con él que se manifestó en gestos de todo tipo, en demostraciones de afecto visitando su taller, tocándolo todo, mirando cada cubo, tuerca o tornillo, desbaratando cada cachivache que allí había. Hablando con los ojos y las manos. Ella, además, empezaba a fantasear e imaginarse mundos con cada cosa que miraba.

Por eso no le parece raro quedarse contemplando el paisaje, descubriendo los tonos que van cubriendo al volcán Galeras, tan distintos a los del Morasurco. Adora Pasto y se engolosina con su entorno natural, pues lo sabe un privilegio. ¿Cómo no si tiene a un paso la Laguna de la Cocha y esas montañas que colindan con el Putumayo que son simplemente únicas? Esa capacidad de observación es la que ha elevado su oficio de tejeduría en tamo a la categoría de refinadas artesanías.

El tamo es la propia cebada, esa que se solía cultivar en enormes cantidades hace décadas y que era empleada en la elaboración de la cerveza. Su fibra, seca, teñida y aplanada con delicadeza para producir las tiras con las que se crearán figuras, se pega sobre piezas de madera. Es un trabajo minucioso y minúsculo y que se ha ido perfeccionando con el pasar de los años. Ella recuerda que en sus inicios, hace más de 25 años, cuando fue aprendiendo de la mano de los grandes maestros, las piezas que se elaboraban en tamo eran sencillas, bastante básicas en comparación a los diseños alcanzados ya desde hace un tiempo.

Como buena curiosa siempre quiso ir un paso más allá. Y así, si al comienzo la aplicación de fibras se hacía de manera muy plana, casi que únicamente combinando colores pero sin diseños muy elaborados, con los años todo fue complejizándose al tejer el material, cruzándolo para producir relieves y volumen y recortándolo para crear ya no solo paisajes sencillos, sino figuras humanas y precolombinas o, incluso, instrumentos musicales y puestas en escena completas que demuestran la maestría artesanal que se requiere para hacer estas composiciones.

Es un ejercicio total, pues el pincel y la pintura es la misma fibra natural, así que la habilidad manual y el dominio del material es el que hace la diferencia en la finura del acabado. Y eso lo demostró con creces cuando empezó a hacer los jarrones que la hicieron brillar. Su negocio es un negocio de familia. Junto a su esposo Franklin y a sus hermanas constituyeron, después de muchos años de experiencia adquirida trabajando para otros maestros, el taller Tamo de Oro. Desde allí diseñan piezas que combinan esas pieles mestizas que caracterizan al Carnaval de Negros y Blancos, así como la ascendencia indígena que flota en toda la región.




Artesanos de la ruta

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