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Arlety Quiroz Ramírez

Taller: Taller artesanal Arlety
Oficio: Cestería y tejeduría
Ruta: Ruta Guaviare
Ubicación: San José del Guaviare, Guaviare


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  Resguardo indígena El Refugio, San José de Guaviare, Guaviare
  3223246265
  242leidy@gmail.com

En Arlety Quiroz confluyen las lenguas y costumbres de su familia materna, paterna, y de las distintas etnias que habitan el Guaviare. Todo empezó con sus padres, que se conocieron en Colombia en tiempos de cauchería. Ambos venían del Brasil y pertenecían a distintas etnias: su madre, al pueblo Guanano y su padre al Tariano. Su padre llegó a trabajar solo, alejándose de su pueblo, y sucedió que para cuando se dio cuenta ya no hablaba su lengua sino la de sus compañeros de trabajo, los tukanos. Cuando conoció a la madre de Arlety se establecieron en el Guaviare y tuvieron seis hijos. Arlety es la mayor.

Ella recuerda ver a su abuela materna, Amelia Ramírez, tejiendo manillas con fibras de palma de moriche. Las hacía en color natural y se las amarraba en los tobillos a las niñas de la familia, apenas nacían, para que no quedaran patisecas, es decir, para que crecieran con piernas grandes y fuertes. En ese entonces a Arlety no le llamaba la atención la artesanía, pero sabe que de todas formas tenía el don, por ser indígena. La imagen de su abuela se le quedó grabada y de seguro le fue útil cuando, a sus treinta años, decidió aprender junto a una organización de mujeres. Sus hijos habían entrado a estudiar a Miraflores y ella habló con las tejedoras para que le enseñaran. Primero aprendió a hacer bolsos con la fibra de cumare que ellas le daban y después aprendió a recolectar su propia fibra.

Aprendió que el cumare es una palma de espinas que bota un cogollo del que se sacan las fibras para tejer. Que después de rasparlo, limpiarlo y lavarlo con jabón rey, se pone a secar al sol. Las fibras que quedan blancas las dejan así, color natural, y las que quedan amarillas las tinturan. Con la corteza de macarataña se pintan las fibras de amarillo y con las hojas del bejuco carayurú se pintan de rojo —el mismo del que se saca la pintura con la que se adornan la cara para bailar en fiestas. Cada hoja del cogollo es una fibra y Arlety aprendió a usarlas para hacer bolsos, cestería y sombreros. Hoy en día, le toma dos días hacer un bolso y prefiere no hacerles dibujos, o hacerles dibujos rápidos de rayos, que no le toman mucho tiempo, pues sabe que un diseño intrincado no le dará más ganancias y en cambio sí le tomará más tiempo. Los dibujos de rayos están inspirados en los ralladores de yuca de los curripakos, en lo que con piedritas incrustadas en un palo dibujan los senderos subterráneos de las hormigas manivara.

Según Arlety, todas las tribus tejen, pero cada una sobresale por algo. Los tukanos hacen sillas pensadoras en madera. Los Guananos, cestería en warumá, y los tarianos, no tiene claro qué hacen. Hace ya mucho tiempo que su padre no tiene con quién hablar su dialecto pues es el único tariano del resguardo. Conserva la costumbre de las danzas de su pueblo, pero no tiene contacto con ellos, que viven lejos, en el Vaupés y Brasil. Arlety, por su parte, heredó las lenguas de sus mayores: el guanano y cubeo de su abuela y madre, y el tucano de su padre y madre. Con sus hijos habla en guanano, su lengua materna. Con el padre de sus hijos, en tucano. Y con los cubeos con quienes convive, en cubeo. Son tres lenguas muy distintas y ella las domina todas, además del castellano, que aprendió en la escuela a la que asistió en Miraflores. Arlety heredó, además de la lengua, tejeduría que los permea a todos, sin importar su etnia.

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