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Esteban Rodríguez

Taller: Artesanías Noferinaipyaneque
Oficio: Cestería y tejeduría
Ruta: Ruta Guaviare
Ubicación: El Retorno, Guaviare


AGENDA TU VISITA

  Barrio Jardín, El Retorno, Guaviare
  Esteban: 3195848254
  Wilinton Hijo Esteban: 3194086584
  wilintonr164@gmail.com

La warumá es una planta misteriosa. No se encuentra fácil y cada día es más escasa. Esteban Rodríguez la busca lejos de su casa, en el resguardo indígena de El Retorno, río abajo, entre el rastrojo que crece a orillas del río Caño Grande. Se trata de una planta herbácea que crece en la costa Pacífica, la Amazonía y Orinoquía, de cuyos tallos se sacan fibras para hacer, más que todo, cestería. La hay de dos clases, la de hoja verde, de la que salen de 8 a 10 fibras, y de hoja blanca, que es más gruesa y da entre 12 y 16 fibras. Los días en que tiene suerte, Esteban encuentra las matas suficientes: para tejer un canasto pequeño necesita 64 fibras, es decir, al menos seis tallos. Y cuando no está haciendo artesanías, porque no encuentra la fibra, trabaja en un taller de muebles en madera.

Cuenta la historia que hace más de 300 años sus ancestros, los curripakos, eran los únicos poseedores del don de la artesanía. Sabían hacer los rayos de yuca en barro, y los canastos, balay y matafríos, todos implementos de cocina tejidos en warumá para procesar la yuca brava. Hacían, además, los atrapamujeres, un curioso juego tejido en el que, si uno mete el dedo y jala, no puede volver a sacarlo. Se parece al matafríos, un tejido cilíndrico largo en el que se deja la yuca brava rayada para que escurra su veneno. La historia del atrapamujeres es tan particular como su uso, y Esteban la cuenta así: como los curripakos tenían tanto conocimiento sobre técnicas artesanales, la gente les tenía envidia y les mandaba enfermedades para despojarlos de su poder. Entonces los curripakos decidieron enfrentarlos. Cuatro soldados fueron a la maloka de sus enemigos, que celebraban una fiesta, y cuando ya estuvieron todos borrachos, entraron a matarlos. Pero mataron solo a los hombres pues, a las muchachas y mujeres, las atraparon con sus atrapamujeres.

Al igual que sus padres, y los padres de sus padres, Esteban aprendió su oficio cuando era niño. Llegó al Vaupés con su familia cuando tenía diez años, en tiempos de cauchería. Venían del Brasil, del municipio de San Gabriel de Cachoeira. Para los curripakos, es costumbre que las mujeres aprendan a usar el barro y los hombres las fibras, y que al casarse, entre ambos hagan todos los artefactos de cocina con los que prepararán el casabe y la fariña. Ellas hacen el rayo para la yuca, los platos, tinajas y ollas con una greda especial que mezclan y amasan machucándola con un pilón, y ellos tejen los matafríos, coladores, cernidores y abanicos. Esteban aprendió mirando a los adultos junto a sus amigos, cuya misión a los siete años era aprender a tejer e iban juntos a buscar el preciado warumá al monte.

Esteban vive con su esposa y su hijo menor en el resguardo indígena del municipio de El Retorno, a donde llegaron en el 2000 después de tener que salir del resguardo de Santa Cruz, que quedaba a diez días de camino de donde viven actualmente. Trabajan en familia y hacen canastos en warumá, collares con semillas y recipientes en totumo que son ciertamente bellos y que resultan aún más valiosos después de saber cuánto trabajo lleva conseguir apenas una ramita de la esquiva warumá.

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