Taller: Braulio Ledezma Forja
Oficio: Forja
Ruta: Ruta Cauca
Ubicación: Popayán, Cauca
A Braulio lo inspiró su papá, don Alirio, para convertirse en el artesano que es hoy. Verlo tallar la madera con la pasión y el talento del ebanista es una imagen que se le grabó para siempre y trabajar tal cual él lo hacía es su forma de homenajearlo. Él, sin embargo, no siguió el camino de la madera sino el de los metales, volviéndose uno de los artesanos de la forja más destacados de Popayán. Una carrera ya de 50 años, fecha que tiene clara porque en 1972 pidió su primer préstamo, de 15.000 pesos, para montar el taller con el que arrancaría luego de formarse en el Sena. Una vida larga por la que también pasó haber presenciado el terremoto de 1983, así como ese recuerdo amargo de lo dura que fue la penetración del narcotráfico en la sociedad y la crisis por la que atravesó su oficio por la moda del aluminio que se impuso en el país en los ochenta. Por todo eso pasó y de todo salió airoso por su consagración y falta de vanidad.
Terminar trabajando con hierro caliente fue algo que se le dio natural, pues papá e hijo se dieron cuenta que los reconocidos baúles que hacía Alirio necesitaban la ornamentación y los herrajes metálicos que Braulio aprendería a hacer con maestría. No eran herrajes o chapas cualquiera, como nada de los metales en Popayán lo son, al ser esta ciudad una de las más representativas de Colombia en huellas coloniales. Y así, este hombre de manos fuertes es capaz de hacer con su martillo, águilas bicéfalas o dragones, así como numerosos diseños en altos y bajos relieves, en un diálogo con el fuego que no ha hecho más que consolidarse con los años.
Habla de los golpes que da de una forma muy bella, acaso como invirtiéndole el sentido a la palabra, pues de su puño salen los famosos faroles de Popayán, finas piezas que parecen de papel oscuro y que iluminan desde hace siglos las calles de esta ciudad blanca en tiempos de las procesiones de Semana Santa. Se conoce cada rastro de hierro de su ciudad, cada baranda, pasamanos o reja, y ha participado en numerosos procesos de restauración, entre las cuales destaca la Iglesia de Belén, en donde probó sus conocimientos del arte pues los planos que le dieron para replicar faroles y cirios que requerían de intervención no correspondían con lo que se necesitaba, así que tomó papel y lápiz e hizo sus propias medidas, logrando el trabajo impecable que le pedían. Será por eso que a él le encargaron hacer las llaves de la ciudad.
Braulio no le tiene miedo al tiempo de trabajo que requiere su oficio y así le echa vainazos a las prisas que todos tenemos hoy en día, buscando eso que llamamos “eficiencia”, pero que en la forja, como arte manual por excelencia, simplemente no aplica. “Muchos dicen que no se le miden al oficio porque les salen ampollas en las manos, que les duelen los brazos y la cabeza… lo cierto es que acá a uno no le sirve ni la trenzadora, ni la brilladora, ni el torno pues la forja no es una cuestión de soldadura, a esto uno tiene que dedicarse como dice el dicho, con alma y sombrero”; para él, no hay máquinas que logren lo que su mano paciente, por eso, les rinde tributo a sus herramientas predilectas: el martillo, la segueta, el cincel y la lima. Con su amigo el yunque son uno solo y logran las más increíbles piezas nacidas del calor.
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