Taller: Asociación Biikrasappi
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Magdalena
Ubicación: Santa Marta, Magdalena
Aunque no tiene aún treinta años, Esther se sabe la heredera de todo un relato de sus ancestros. Pertenece a la etnia Ette Enaka, que traduce “Gente Nueva”, y cuenta que se denominaron de este modo para cambiar el imaginario de las formas violentas del trato de sus antepasados, los Chimila, aguerridos indígenas que vivieron en los territorios de los hoy departamentos de Magdalena y Cesar y que lucharon, con saña y hasta la muerte sangrienta, contra la colonización española. Porque se reconoce, efectivamente, como Gente Nueva.
A pesar de esta voluntad, es consciente de que ha vivido entre luchas. Esther intenta hacerle el quite a la violencia, pero cuenta que, en 1996, su pueblo se desplazó, como tantos otros grupos indígenas que se vieron atrapados por las colonizaciones y el conflicto armado en el país. Ella tenía apenas dos años y, para su fortuna, su familia hizo todo por no permitir que sus recuerdos de infancia fueran tristes, y así, ella habla de juegos de niños, cantos y bailes alrededor del fuego creciendo con sus dos abuelas en casa. Todo lo que no corresponde este estado feliz es, entonces, una reconstrucción, nacida de las preguntas que se ha venido haciendo. Solo así entiende que, hasta sus 17, apenas terminó el bachillerato, regresó a su comunidad, luego de haberse educado en Santa Marta. También, por qué sus papás se separaron y, aunque él no sea indígena, se crió entre ellos y se casó con una, pero fue él quien no quiso irse a vivir a la ciudad ni al nuevo asentamiento en donde hoy vive Esther, cuando las cosas se pusieron peligrosas dentro del resguardo mayor de Isa Oristuna. Las mamás y muchas de las mujeres, entre ellas la tía de Esther, pasaban saliva frente a la idea del reclutamiento forzado de sus hijos por los actores ilegales que operaron tanto tiempo por esa zona. Por eso se desarraigaron para luego regresar y decidieron fundar un nuevo lugar donde vivir, en un resguardo que llamaron Naara Kajmanta, que significa Nuestra Madre. Así que su jovialidad, como su espíritu y su decisión de la alegría, es eso: una decisión.
Hablar con Esther es un viaje de atrás para adelante y viceversa. Con su voz dulce, en su relato de origen va narrando cómo es que el Abuelo Ninto es la autoridad más vieja de la que su pueblo ha oído hablar, un ser que nadie de los vivos ha visto, pero que se siente como una energía muy fuerte y a la que se invoca, permanentemente, para que proteja a la comunidad y actúe como guía anticipatoria. Se dice que, en los tiempos de hace mucho tiempo, cuando aún nadie había nacido, éste predijo: “pobrecitos de ustedes, porque van a venir personas que no son indígenas, y los van a matar, van a apoderarse de sus tierras y la única forma de evitarlo será siguiendo en la cultura”. A este abuelo se le pide, entonces, que les aclare en el sueño lo que va a pasar y les ayude a evitar la desgracia.
Con todo, ella quiere que se les vea como una comunidad pacífica. Porque eso son y, además, porque viven en un paraje magnífico que recoge aguas de río y mar que no concede sino belleza y serenidad. Por eso la artesanía, como expresión de la vida, y que, para nuestra sorpresa, la aprendió ya grande, luego de formarse en Atención a la Primera Infancia. Esto porque su mamá, Francia Carmona, se había dedicado – y aún–, al liderazgo comunitario, en donde la tejeduría no era la prioridad. Pero Esther veía en ésta algo importante, algo que le permitía entender y contar, así que cuando vio trabajar a Ana Felicia Granados supo que eso era lo suyo. Ella le enseñó todo lo que sabe y, gracias a lo bien que lo ha hecho, no solo está liderando la Asociación Biikrasappi, que traduce “Mochila de Algodón”, sino que llevó a que su mamá se le metiera también al oficio y hoy es la mejor vendedora de lo que hacen.
Esther disfruta contando que la luna, a la que en su cultura conocen como la Madre Numirinta, fue quien le dio este trabajo a la mujer y que, aunque nació como un castigo en el que debía tejer cantidades infinitas de algodón, esto se volvió la tarea más grata y agradecida de todas y por todas. Por ello, es el oficio que le están enseñando a los niños de la comunidad, garantizando así, la transmisión de su saber. El sello de su cultura es la mochila blanca de algodón y ésta representa el cuerpo de la mujer, y allí se plasman dibujos, por ejemplo, de distintas clases de tinajas o flechas, que cuentan las historias de su cultura. Esther quiere que los visiten y, como si faltara más, nos promete un sancocho, muy particular, de guandul, una exquisitez repleta de batata, yuca, ñame, ahuyama y maíz.
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