Taller: Los tres potrillos
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Arauca
Ubicación: Saravena, Arauca
Hace 43 años que Dámaso Caicedo está tejiendo. Llegó a Saravena a los seis años, cuando no había ni casas, con su familia que vino de Cúcutá en aquel tiempo en que muchos buscaban en el departamento una tierra donde asentarse. Se crió en la sabana y desde adolescente comenzó a trabajar en ganadería, arriando ganado de Colombia a Venezuela.
Hasta que la vida le dio un vuelco y cayó en la cárcel. Tuvo la suerte de que en esos 29 días que duró preso se encontró con el oficio que lo acogería por tantos años. Allí conoció a Don Juan, un hombre de Arauca que en los 9 años que duró en la cárcel se dedicó a tejer chinchorros y, además, a enseñarle a Dámaso este arte. Se hicieron tan amigos y a Dámaso le quedó sonando tanto eso de hacer chinchorros, que después de salir siguió visitándolo en la cárcel los domingos y cuando no tenía qué hacer entre semana. Se hizo amigo del director y lo dejaban entrar seguido y pasarse todo el día allá, aprendiendo. Don Juan le enseñaba distintas puntadas y lo corregía a medida que avanzaba. Con el tiempo, le fue cogiendo práctica a la técnica y se volvió el artesano experimentado que es hoy en día, a quien le rinde tejiendo aunque diga que ya está pa’ jubilarse. Aprendió a hacer su propio telar, o marco, según los marcos que había en la cárcel, donde varios hombres se dedicaban a esta labor. Y empezó a repartir sus días entre los trabajos que le iban saliendo y la tejeduría, por ejemplo, trabajando entre semana en construcción y dedicándole los fines de semana a hacer chinchorros.
También siguió trabajando en ganadería, ahora con la ventaja de que era el único vaquero que tejía sus propios morrales para guardar lo poco que necesitaban para sus travesías por el llano arriando ganado: un chinchorro, una cobija, una muda de ropa, un cepillo de dientes, crema y jabón. Amarraba su morral a alguno de sus dos caballos, el Cuarto de milla o el Bayo, y duraba un mes trabajando junto a otros 6 u 8 hombres, con quienes movían entre 100 y 200 reses entre municipios y la frontera con Venezuela. De aquellos días, Dámaso aún conserva un viejo morral, hecho por él mismo usando un tejido en forma de arañitas, cuya particularidad era que estiraba más y le permitía llenarlo con más cosas.
Sus tejidos se vieron beneficiados por los nudos que aprendió en la ganadería, que sigue usando para hacer la argolla y los flecos que adornan los bordes del chinchorro. Con el tiempo, se dio a conocer en Saravena por sus tejidos y encontró en este oficio una fuente de ingresos, pues en la sabana casi todo el mundo duerme en chinchorro en vez de dormir en camas. Como le dicen aquí, todos tienen su curraco. Son hamacas frescas que, al estar hechas en nylon, permiten descansar del calor de estas tierras.
Su antiguo amigo Don Juan le enseñó otro truco que Dámaso a veces vuelve a poner en práctica: tejer campechanas en nylon. Se trata de un tipo de hamaca autóctona del llano, hecha a partir del cuero entero de una res, al que se le hacen cortes precisos para volverlo flexible y envolvente. A este par de amigos se les ocurrió imitar los cortes del cuero tejiendo con nylon, un trabajo cuidadoso y laborioso que demuestra la maestría de ambos artesanos, maestro y alumno. Maestría que Dámaso heredó y lleva años exhibiendo en sus productos tejidos.
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