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Si en la disciplina de la taracea se unen piezas cortadas para formar un diseño, la práctica del maestro Edwing Ortega es un espejo del espíritu del oficio, pues se ha basado en el ensamble de saberes para crear el todo bello y complejo que son sus piezas. La tradición de la técnica de la taracea, cuyo nombre en árabe quiere decir incrustación, se remonta a medio oriente y Asia, donde tradicionalmente se han engastado piezas de madera, marfil, nácar, carey, hueso y metales sobre una base para dibujar detallados patrones.
Los inicios del maestro en el torno, una técnica que conoció empíricamente a los 13 años, le servirían de base para su posterior práctica, así como las piezas en madera le han servido por siglos de base a los artesanos de la taracea. Después de unos años dedicado a tornear el pino y el urapán para hacer bases en blanco, encontró la taracea, la pieza que le hacía falta para encontrar su identidad como artesano. Cuenta que ya venía sintiendo el impulso de sobresalir en un medio en el que pocas veces se les reconoce por nombre propio a los talladores y torneros, cuyo trabajo es la superficie usada por los barnizadores y enchapadores en tamo. Resultó que partiendo de sus propias piezas torneadas encontró la forma de hacerlas sobresalir, curiosamente, recubriéndolas del mismo material que lo ha acompañado desde tan joven: la madera.
A puro pulso encontró la mejor manera de hacer encajar una práctica artesanal de orígenes tan lejanos en su contexto nariñense: usándola para dibujar los símbolos que por siglos han atravesado y guiado a sus antepasados, el sol y los machines, los rostros de su gente, Pastos y Quillacingas. Y no podemos dejar atrás su material, pues otra forma en la que el maestro logró arraigar su oficio a estas tierras nuevas fue a través del cuidadoso trato que le da a sus maderas. Ha sabido juntar los colores y vetas de maderas provenientes del ancho y largo del país, que intercambia con los compañeros de oficio que conoce viajando a ferias, y las maderas exportadas que consigue con sus amigos luthiers.
Las piezas de Edwing Ortega, no por nada merecedor de la Medalla a la Maestría Contemporánea en 2012, son un muestrario perfectamente ensamblado de la riqueza en maderas del país. Con cuidadoso esmero y con el apoyo en el taller de su esposa Ruthmary Suárez y su hermano Fabián Andrés, crean platos y jarrones inmensos en los que intercalan el verde de la pandala nariñense, el rojo del palosangre amazónico, el morado del nazareno antioqueño y chocoano, el cobrizo del colorado de la costa Atlántica, y los café del nogal, roble, granadillo y pino ají, con el negro profundo del ébano y el marrón del jacarandá importados.
Más de veinte años le ha tomado al maestro perfeccionar la técnica para hacer casar milimétricamente el rompecabezas de sus diseños. Habla del tiempo como el único que ha sabido mostrarle cómo hacer los cortes precisos, usar los pegamentos y los sellantes adecuados, y encontrar la identidad artesanal que añoraba. El tiempo, además, le dictará hasta cuándo podrá usar maderas como el nazareno o el granadillo, cada día más escasas y protegidas de la explotación, pero también, le dejará saber cuándo den fruto sus esfuerzos y los de sus colegas por reforestar y sostener su material.
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