Taller: Putumayo Arte y Diseño
Oficio: Enchapados y recubrimientos
Ruta: Ruta Putumayo
Ubicación: Sibundoy, Putumayo
Gerardo descubrió lo que era estando en Bogotá. Había crecido arrullado por el amor de sus abuelos y padres, él Inga y ella Kamentsa, un privilegio único, aunque nunca lo había valorado tanto como cuando estando en la capital se dio cuenta de que sabía muy poco de su cultura. Todos le preguntaban sobre sus orígenes y poco tenía para contar. Es más, fue a una feria de artesanías y vio ese mundo del Putumayo del que provenía, así como el encantamiento que le producía a los otros, y sintió vergüenza de no palpitar por ese arraigo.
Algo se le removió y, al regresar a ver a los taitas de la comunidad y conectarse por fin con su historia, decidió abandonar sus estudios en quinto semestre de Ingeniería Civil. Y lo probó todo, la cestería, el tejido, las máscaras, como intentando recuperar el tiempo perdido. Era apenas un veinteañero cuando tomó la madera por primera vez. Aunque con un talento natural para el dibujo, la vocación artesanal que no sabía que tenía la desarrolló en un año de trabajo consagrado, en el cual empezaba a moldear trozos de madera y se le iban pasando las horas hasta que se percataba de la oscuridad que lo rodeaba.
Entre ensayo y error, y la curiosidad insaciable que le produce todo, fue aprendiendo lo que sabe hoy. Se dejó guiar por una maestra talladora, la bata Clementina Juajibioy, quien a su turno había aprendido el arte a escondidas porque ese no era trabajo de mujeres. Ella le enseñó a hacer la famosa máscara del Matachín, que se inventó su papá Basilio Juajibioy, así como la de los sanjuanes, ambas portadas con orgullo abriendo el Carnaval del Perdón. Hoy, cada vez que hace una máscara sabia y anciana de una bata o mujer, en ellas con el pelo con una división en la mitad para distinguirlas, la tiene en mente y celebra lo que fue su larga vida.
A muchas de estas máscaras les hace un enchape en chaquiras que las hace brillar con diseños coloridos, así como también hace esculturas que pueden tener más de dos metros; además, dibuja en aerógrafo. Nada le resulta demasiado y, más bien, lo emociona cada experimento que emprende. Así se fue impregnando de las maravillas de su entorno y, de paso, empezó a recordar lo que había sido sentarse alrededor de la tulpa a oír las historias de los mayores que creía no conocer, así como los significados de las máscaras y sus potentes gestos, de burla al foráneo, de alegría o de tristeza. También los dibujos del sol o Sinye que, según como se hagan, muestran un sol naciente de madrugada, de atardecer o, incluso uno que está encapotado de lluvia o rodeado por el arcoíris. Como el sol, también renació y hoy es un fiel devoto de la transmisión del saber de su comunidad.
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