Taller: Lampe Orfebrería
Oficio: Bisutería
Ruta: Ruta Norte de Santander
Ubicación: San José de Cúcuta, Norte de Santander
Rossemberg es una caja de música. Nos lleva por mil trochas llenas de relatos de aventuras para entender lo que es hoy como artesano. Empieza por decir que su cédula dice que es cucuteño, pero que en realidad nació en Saravena, Arauca. Basta preguntarle el por qué para que empiece la hazaña de su origen, uno que tiene tintes de ficción pero que, al ser colombiano, son perfectamente creíbles. Un abuelo que se hizo rico en San Pablo, Bolívar, pero que, al ser Liberal, en tiempos de La Violencia con V mayúscula lo hizo pelear con sus rivales hasta la muerte y, así, cargar el Inri de la cárcel en la frente. Cuenta que, habiendo perdido su prestigio y gran parte de su fortuna, esto hizo que se fueran para el oriente del país para volver a empezar.
En esta nueva geografía, sin embargo, no hubo paz y ésta le fue escasa a las generaciones que vinieron y aquí ya entra el protagonista de nuestra historia. La guerrilla del ELN los persiguió y Rossemberg recuerda que, por amenazas, un día se fue de su casa, con el uniforme puesto, para nunca más volver. Llegarían con su mamá a Cúcuta y, lastimosamente, pasaría mucho tiempo para que pudiera respirar tranquilo.
Muchos vaivenes definen a este hombre al que hoy ya le cabe la sonrisa fácil. Basta decir que los dolores lo llevaron a escapar de su realidad y que, en dicha huida, se topó felizmente con la artesanía. Si bien para vivir terminó aprendiendo de talla en madera desde muy joven, pues Cúcuta se convirtió por años en la proveedora de muebles de época –Luis XV e isabelinos– para la vecina Venezuela, lo cierto es que solo cuando se fue para San Agustín y aprendió de joyería, fue feliz. Pero esto no significa que haya sido fácil. Todo lo contrario.
Habla, sin embargo, con gratitud por el pasado vivido, por los guías que le fueron trazando el camino, por aquellos que le enseñaron de arte y a quienes miraba admirado. Recuerda con enorme alegría cuando en uno de sus muchos viajes se fue para Caracas, en tiempos de Chávez, y allí tuvo la oportunidad de descubrir las artesanías de Guatemala hasta el Japón, pasando por el infaltable México. Boquiabierto, supo que a lo que hacía todavía le faltaba mucho nivel y se prometió algún día igualar a semejantes maestros. Hoy, cuando lo cuenta, dice orgulloso que logró su cometido. Recita con chispa que trabaja alambrismo y filigrana martillados, así como soldadura de acero y que es un “teso” en lo que hace.
De 2015 para acá se ha especializado en metalistería, soldadura y enchapes en bronce, latón, cobre, plata y alpaca; todos le dan mucha maleabilidad y la alpaca le ofrece la mayor rigidez de los cinco metales. También le hace sus propios acabados o recubrimientos –lo que llamamos los baños de las joyas– a las piezas que diseña. “Gracias a Dios que yo vivo en Cúcuta, pues así tuve que aprender, porque si hubiese vivido en Bogotá pues entonces simplemente yo los mando a bañar”. De esta forma, él mismo consigue la materia prima y, cual químico, mezcla ácidos y sales, cianuradas y no cianuradas, para llevar a cabo el proceso.
Cuando revisa sus pasos les agradece a sus abuelos el pasado que le dieron y la energía que les heredó. Por ellos arrancó todo, la inspiración, la osadía, la convicción, la resiliencia y la devoción. De eso está hecho y así quiere seguir, en esa senda de la creación en donde sus manos sean las que le indiquen a dónde seguir.
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