Manzana 11 casa 7 Quintas de San Pedro
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Se impuso una misión y la logró. Le demostró a la tradición que ésta se podía preservar sin la necesidad imperiosa de los lazos de sangre. La cruzada ha sido dura y larga, de medio siglo en el oficio, pero ha dado sus frutos. Trabajador raso, nacido en el barrio Obrero de Pasto, este hombre de buen dibujo en la escuela pero sin medios ni padrinos, empezó a los diez años en esta labor artesanal del barniz de Pasto, técnica que se ha ganado la salvaguarda de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
Pero los comienzos fueron tremendos. Él, junto a otros doce obreros –porque en esa época los talleres eran inmensos–, tenían que prepararles la madera con cola a los maestros artesanos y a sus aprendices para que empezaran a trabajar. Recuerda cómo hedía a “diablos” ese pegante a base de cuero de vaca que se cocinaba en ollas descomunales y del que salía esa especie de gelatina que es con la que se reviste la madera, que luego se cubrirá de la resina de mopa mopa, que le da la textura viscosa al artesano para que dibuje encima.
Eso tenía que hacer, enaguacolar y luego lijar. “A una cuadra ya lo olían a uno”, cuenta agradeciendo que esa cola la vino a reemplazar un pegante industrial que les mejoró un poco la calidad de vida. Como obrero no podía tocar las piezas ni recibir instrucción, así que se dedicó a mirar por seis años cómo es que lo hacían los grandes. A veces, a riesgo de recibir un reglazo de castigo, se robaba un pedacito de barniz de por ahí y cogía el cuchillo del maestro para intentar crear una figurita. También se acuerda con alegría cuando decoró su trompo de niño.
Así fue aprendiendo, con la vida como maestra. Por eso habla con seguridad de lo que le dieron esos años de enseñanza, tiempo de manos destruidas pero que igual le hicieron coger cariño al trabajo y que le sembró las raíces para aguantar tanto. Tiene claras las ventajas de haber empezado de cero pues sabe del proceso en su totalidad y entiende de terminados de la madera, justo la esencia para descifrar las calidades del trabajo de una pieza de barniz de la otra. Con eso en mente ha hecho escuela, ya que está convencido de que solo así, cultivando la entrega por el trabajo que se hace, se transmitirá el legado a las generaciones que lo cuidarán.
Su aporte a la técnica, además de su perfección del oficio, ha sido combinar la herencia precolombina con la síntesis del modernismo. En sus piezas recoge los mitos fundacionales que nos hablan del sol y de los tiempos del calendario de siembra y cosecha, así como de la mujer como un rombo completo, por la perfección que representa. Para él, el límite entre la artesanía y el arte es ambiguo, y sabe que cada objeto está cargado de mensajes y energía. Todo tiene sentido y eso es lo que, justamente, ha ido descubriendo en su larga vida como artesano: que todo tiene una razón para existir y eso es lo que plasma en cada pieza.
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