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Jesús Emilio Castaño González

Taller: Cotizas Puro Cuero La Festivalera San Martinera
Oficio: Marroquinería
Ruta: Ruta Meta
Ubicación: San Martín, Meta


Cotizas no hay solo una, pero como la san martinera festivalera ninguna”, recita orgulloso Jesús Castaño, convencido de que está diciendo la purita verdad. Y cómo dudar de estas palabras si las pronuncia quien con sus manos ha fabricado no solo la más tradicional de las prendas del llanero, las cotizas, sino que las suyas le han servido de calzado a los mejores bailarines de joropo de los últimos 50 años. Estas zapatillas de cuero suavísimo y una doble suela que hace retumbar el zapateo elegante de los danzantes se convirtieron, en gran medida gracias a él, de nuevo en un patrimonio llanero.

Cuenta nuestro protagonista, un hombre elocuente y generoso, alegre y conversador, que por muchos años la cotiza dejó de hacerse en los Llanos. Habla del tiempo de sus abuelos, es decir muy al principio del siglo XX. Dice que como este calzado es muy trabajoso de hacer, a muchos les dio pereza seguir con el oficio, así que simplemente los llaneros terminaron trayéndolas de Cundinamarca y Boyacá. La buena fortuna para la recuperación de esta tradición es que don Marco Camilo, su padre, había aprendido de marroquinería en Caldas, de donde era oriundo, y la vida de andariego lo llevó con su mujer y sus 15 hijos a San Martín, Meta. Allí se arraigó a regañadientes, pues la mamá de Jesús le dijo que estaba cansada de revolotear, así que ese terminó siendo su última morada y el hogar en donde echarían raíces los hijos.

Luego, sigue recordándonos que Los Llanos siempre han sido una despensa agrícola, así que San Martín era paso de toneladas de arroz y maíz que llegaba en bultos que descargaban los arrieros. Allí fue donde Los Castaño empezaron con el negocio del calzado en esta región. Acostumbrados a andar descalzos, el papá de Jesús ofreció el “guayo cafetero”, una botita de media caña que resultó de lo más útil para estas arduas labores del campo. Con el saber en las manos y la necesidad lista, para el hijo todo fue una cuestión de tiempo. La marroquinería que le había aprendido a su papá, mirándolo, le enseñó a emplear las hormas y hacer de una cotiza un zapato para el pie derecho y pie el izquierdo (antes venían iguales para cada pie), con tallas de la 15, de niño, a la 44, de un hombre bien patón. Recuerda bien que sus primeros 14 pares de cotizas los hizo para el Festival Turístico de San Martín, hace ya medio siglo, los vendió todos y su fama lo empezó a preceder. De ahí nació lo de las “festivaleras san martineras”.

Le puso toda la técnica de la confección del calzado a una prenda aparentemente sencilla y austera. Con esto, Jesús ha vuelto esta pieza toda una necesidad de uso cotidiano con distintos tipos de suela, cueros variados –incluso de animales exóticos de criadero, como la iguana, la avestruz, el chigüiro o la babilla–, diseños y hasta bordados. De ser una alpargata muy destinada para el trabajo, la logró convertir en la más cómoda (y elegante) forma para caminar. Su día más feliz es cuando llega a su local una familia y se va toda vestida –desde los más chiquitos hasta los abuelos– con una cotiza suya. También cuando presencia una buena sesión de joropo criollo, o cuando él mismo se le mide a “echar un joropazo recio” bañado con un trago de guarilaque, acompañado de una buena pareja con la cual bailan suavecito y elegantemente, sin los saltos acrobáticos de hoy en día, en los que ve que se está transformando el baile.

Este hombre que, además es juez internacional de coleo y de las tradicionales cuadrillas de San Martín, aboga por la conservación de la tradición. Le encanta saber que ser llanero es querer a su tierra, honrarla, bailarla y trabajarla. Hoy, su pueblo, cruce de caminos por la Vía Nacional, entre Villavicencio y Bogotá y paso obligado para Granada, Puente de Oro y San José del Guaviare, celebra que regresó, pues por dos décadas se fue para Villavicencio. Pero ya, como su madre, dijo que aquí se quedaría y allí está, felizmente anclado.

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