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José Francisco Fernández

Taller: Ecasa
Oficio: Trabajos en madera
Ruta: Ruta Cauca
Ubicación: Popayán, Cauca


Es un maestro. Literalmente. Habla con la cadencia del profesor y carga consigo esa aura que hace que se le respete apenas mirándolo. Curiosamente, el trabajo en madera le llegó por sus aficiones deportivas: el aeromodelismo cuando niño, y la arquería desde hace 50 años y que sigue practicando de forma competitiva en la categoría Senior. Últimamente, también la música lo tiene entusiasmado y haciendo guitarras que sus amigos bohemios le dicen que suenan muy bien. Sin embargo, este hombre infinito tiene raíces hondas, de nuevo literalmente, con el mundo de los árboles. Como Experto Superior Forestal, primera promoción de 1975, se desempeñó durante 25 años para el Instituto Nacional de los Recursos Renovables, el antiguo Inderena, como investigador especializado en reforestación. Gracias a esa dedicación construyó, con la Corporación Autónoma Regional, la Xiloteca del Cauca, una colección de maderas de unas 80 especies distintas, labor por la cual fue reconocido por la Facultad de Ciencias Agrícolas y Forestales.

Cuenta su vida y se van acumulando los datos como los anillos de los árboles que ha estudiado con tanta devoción. Explica que una manera de abordar el mundo de las maderas es por su olor y su color. Así, normalmente las maderas blandas son claras y las maderas duras son oscuras, y los olores permiten identificarlas; la madera de granadillo se reconoce por su olor dulzón a confite y la de achapo, al acercarle la nariz, produce escozor e inmediatas ganas de estornudar. Hace el esfuerzo por traernos el bosque a la imaginación, como se lo presentaron a él mismo durante muchos años los indígenas paeces del Cauca en Tierradentro, y así, habla de los árboles con dulzura y ha aprendido a caracterizarlos con imágenes que lo derriten a uno, como cuando explica que “el cedro huele a escuela”, porque es el olor a lápiz con el que todos estudiamos. Y en cuanto al mangle blanco, árbol que se rodea de agua salada, dice que huele a “cajón viejo” y que el sangre de toro se reconoce porque, al hacerle una cortada, bota una sustancia que parecería sangre, un látex blanco y rojo, y que así huele.

Se volvió artesano luego de pasar media vida trabajando por la reforestación del país. Desempolvó las memorias en donde veía a su papá, don Marino Fernández, tallar, y verle tremendo talento que no explotó. Habla del aprovechamiento de las maderas reforestadas en un departamento donde la Fundación Smurfit, Cartón de Colombia, ha estado muchos años produciendo papel. Sabe que lo que se llaman los desechos en la industria maderera es la materia prima del artesano; luego de aserrarla, secarla y clasificarla, esta madera empieza un nuevo ciclo, hecha objeto artesanal. Al saberlo todo sobre el comportamiento de la madera, no cae en la trampa de meterse con el roble, ese árbol que todo el mundo quisiera tener, pero que a la hora del té, tiene una fibra revirada que solo se puede trabajar con herramientas muy afiladas, a riesgo de que colapse o se tuerza muy fácilmente. Por eso prefiere tallar en cedro, en granadillo y en diversas variedades de pinos. Y el reto de las guitarras, que aprendió a hacer a través de “ese diablo del internet”, en tutoriales de Youtube, lo tiene mezclando cedro canadiense, cedro Caquetá y zapán. Finalmente, se ríe contando que al tener manos tan grandes ha tenido que recurrir a las pinzas de depilar para introducir las piezas más pequeñas dentro del cuerpo de la guitarra. Al hacerlo, se emociona como un niño y su hija, justo a su lado, se hincha de orgullo por tener tremendo papá.

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