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Julio Ramón Cristancho Fagua

Taller: Mi Viejo Telar
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Paipa - Iza
Ubicación: Nobsa, Boyacá


Hijo del maestro Carlos Julio Cristancho, galardonado con la medalla a la Maestría Artesanal, este hombre se siente orgulloso de ser el continuador de la Dinastía Cristancho y se hincha al saber que su sobrino Rafael es quien lo sigue a él. Tiene numerosos reconocimientos, entre ellos el haber elaborado la ruana más grande del mundo, de 35 metros de larga por 20 de ancha y más de 700 kilos de peso, así como haberle obsequiado una de sus ruanas al Papa Francisco. También, haber tejido para la Iglesia un lienzo con la iconografía de las ánimas del purgatorio. Muchas celebridades, políticos, militares y un par de presidentes y candidatos se arropan con sus ruanas, entre ellos Nairo Quintana y Natalia París y hasta el ídolo Vicente Fernández se llevó un pedacito de Nobsa a su natal México. Julio Ramón enumera estos logros y los celebra, pero no se deja acariciar por la vanidad y recuerda perfectamente de dónde viene y lo que ha significado perpetuar la marca a punta de trabajo incansable.

“A mis siete, yo aprendí primero a trabajar este arte que a hacer las vocales”, dice sonriendo y cuenta que lleva más de 50 años en el oficio, aprendiéndolo todo sobre el tejido, y que no deja de hacerlo, “cada día aprendo más y nos moriremos y no dejaremos de aprender”. Sabe que su papá, él y su sobrino suman más de 65 años de trabajo ininterrumpido en lana. A esto hay que sumarle la tradición de sus abuelas, ambas, la materna y la paterna, Alfonsa Fagua y María del Rosario Rincón, quienes fueron hilanderas y esquiladoras de ovejas y se dedicaban a la economía del hogar, que era la fabricación de alpargatas. Y su papá, Carlos Julio, empezó con el oficio en 1955 por lo cual recibió el reconocimiento de la medalla a la Maestría Artesanal.

Habla de Nobsa con generosidad, porque sabe que es la tierra que le ha dado todo, su patria chica como la llama. Y se siente rey en su pueblo, si bien con él se aplica el refrán de que “en casa de herrero, azadón de palo”, pues con su padre se tejía sin freno pero éste no le reveló todos los secretos detrás del tejido, estos se los dio doña Elpidia Negro. Ella le enseñó cómo treparse sobre el telar horizontal para pisar, rítmica y metódicamente, el urdido mientras se va tramando. Solo así, siguiendo las instrucciones al pie de la letra, casi bailando sobre ese telar, podría convertirse en un tejendero digno de llamarse nobseño, y heredero de la tradición Cristancho.

Recuerda sus días de aprendiz y sabe lo esencial que es mantener vivo el oficio, por eso sabe que enseñar es la salida. Si en su casa no fue donde más aprendió, para él volverse maestro sí le es fundamental. Porque cada nueva persona conquistada por el arte del tejido para él es la garantía de la supervivencia de un oficio que ha calentado a todo un país. “yo entre más enseño, más bendiciones de dios tengo”. Él, como su urdimbre, seguirá haciendo que sus hilos siempre tengan una historia que contar.

Artesanos de la ruta

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