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María Leida Calambás

Taller: Tuaca
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Cauca
Ubicación: Piendamó, Cauca


Aunque nació en la vereda de San Isidro, municipio de Morales, Maria Leida terminó yéndose a vivir, estudiar y trabajar con su numerosa familia, de diez hermanos, a Tunía, a más o menos una hora de la capital del Cauca, Popayán. Allí fue criada y vio cómo su mamá, doña María Antonia Zúñiga, tejía las esteras sobre las cuales dormía la familia. Al acompañarla a buscar la fibra con la que las hacía, admiraba verla tocar esas hojas de caña brava, esa que se parece tanto a la caña de azúcar “pero es más larga”, como precisa, y que ella misma cosechaba y secaba. Aunque era algo natural, nunca se imaginó que terminaría siendo artesana, “porque lo llevaba en la sangre y mamá me había inculcado un poquito de lo que ella sabía”.

Su juventud no fue fácil. Para terminar el bachillerato tuvo que combinar el estudio por la noche, con el trabajo durante el día, por lo cual recuerda con mucha alegría cuando, hace casi 30 años, la Fundación Carvajal, a través de CorpoTunía, llegó a su pueblo a ofrecer un curso de telar al cual no dudó en inscribirse. Lo sintió como un llamado. Su profesor, “un paisita de Santa Rosa de Osos, don Antonio Escobar”, se convirtió, así, en su maestro y mentor. Trabajó junto a él por muchos años y participó, con sus otras 12 compañeras de curso, en numerosas muestras artesanales, hasta que la sociedad se disolvió con los años, y el grupo se redujo a cuatro artesanas, hasta que quedó ella sola. Y, finalmente, luego de tantísimo tiempo junto a él, sintió que estaba lista para empezar su propio camino. De eso ya hace más de 12 años, tiempo en el que, a pesar de saber mucho sobre el tejido y la enhebrada del telar, poco sabía de urdir, así que esa primera etapa de independencia tuvo que vérselas con este aprendizaje. Le tomó seis meses volverse toda una experta y hasta Antonio le dijo, satisfecho, que ya la alumna había logrado superar al maestro.

Arrancó, como todo lo que ha hecho en la vida, a punta de préstamos. Con un millón y medio de pesos pudo hacerse a un telar pequeño, de 1,20 metros, con el cual se dedicó a hacer individuales en algodón, que es la fibra natural con la que ha tejido siempre. Al haber saldado esa deuda vio que podía emprender una nueva aventura con un nuevo telar de 1,50 de ancho y así poder lanzarse a hacer telas y tendidos de cama o hamacas, ponchos o ruanas, todo un reto que le abría posibilidades y mercado. Cumplidamente pagaba sus créditos y empezó a recibir más y más pedidos. Uno que la llena de orgullo es el de haberles hecho las telas de los vestidos a los silleteros de los reconocidos desfiles de Piendamó. Se juntó con las bordadoras del pueblo y sacaron adelante tan bellos atuendos. También sumó esfuerzos con otras artesanas y a sus piezas les ha incluido tejidos en croché y macramé, este último realizado por las manos experimentadas de su mamá. Su taller se ha logrado convertir en un emprendimiento familiar en donde trabajan, además, sus hermanos Gloria Nelgy y José Olmedo. Además, le emociona saber que cuatro de los aprendices que formó en el arte del tejido en la Escuela Taller de Popayán, también la acompañan.

Esta mujer incansable, le dedica sus mañanas a la agricultura, a esa recolección de café que está en la herencia de su familia, así como al cultivo del plátano. Por las tardes, noches y hasta madrugadas, su tiempo es para la tejeduría. Haciendo este oficio que es su vida, se olvida de todo lo que haya a su alrededor, se concentra y allí se queda, hasta el final de la tarea. Treinta años de vida que la llenan de orgullo.

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