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María Elva Rincón Correa

Taller: Tejidos en Telar María Elva Rincón
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Paipa - Iza
Ubicación: Duitama, Boyacá


A María Elva no se le notan los setenta y pico que dice tener. Y eso que con la pandemia dejó de pintarse el pelo, dice riendo, porque se sabe fuerte y preparada para seguir por muchos años más en este oficio de la tejeduría que le corre por la sangre. Cuando empieza a hablar de este legado familiar se dirige al diploma de 1920 que la Exposición Agropecuaria, Industrial y Artística de Sogamoso le otorgó a su abuelo Ignacio Rincón, por sus tejidos en lana y algodón. También muestra la foto de su papá, Alberto Rincón, junto con el general Gustavo Rojas Pinilla, en la inauguración de Corferias, y cuenta cómo le encargaron muchas cobijas para regalarles a los ministros, embajadores y figuras honorables que pasaran por el stand de Boyacá. Además, recuerda que, en aquellos años, lo contrataron como profesor de una escuela de artesanías que se fundó en la cárcel La Picota, un taller de 60 personas en donde él enseñaba a hacer cortinas y tapetes. Y tiene el recuerdo de niña de haber visto en su casa a doña Berta de Ospina, la esposa del expresidente Mariano Ospina, yendo a buscar las cortinas que le hacía su papá para decorar su finca La Clarita.

Habla con orgullo de sus antecedentes. De cómo su abuelo y papá iban más o menos cada dos semanas a llevar el batán a Bogotá, es decir el encargo de cobijas con las que surtían los almacenes y que elaboraban con los seis telares de don Ignacio. Y tiene pegada la memoria, de hace medio siglo, de cuando los acompañaba a conseguir la lana en La Plaza de la lana en Sogamoso, “era una belleza”, dice feliz. Aunque en realidad nunca creyó que se iba a dedicar a este oficio porque todos sus hermanos se encaminaron a otras labores como la medicina, la arquitectura, la odontología y la fonoaudiología. Hasta ella se formó en arte y decoración. Pero las circunstancias la devolvieron al origen. Se divorció y el regreso a casa la encaminó a un oficio que le permitió reconstruirse en el recogimiento que era el tejer.

De eso ya hace mucho, y mucho ha pasado por su vida, y muchos también. Atesora a sus clientes, a cada uno de ellos, pues los manteles que la han hecho famosa son un secreto a voces. Quien los descubre va contándole a alguien más o regalándolos y así, se van multiplicando sus colores infinitos en las mesas de Colombia. Sin embargo, para haber llegado a esa fama, tuvo que pasar las duras y las maduras. Porque ha visto las decisiones de la economía nacional directamente sobre lo que hace. Por ejemplo, puede situar el momento exacto en el cual dejaron de cosecharse trigo y cebada en Boyacá pues trabajaba en la Unión Molinera. “Fue cuando en el gobierno de Misael Pastrana se empezaron a importar estos insumos, y luego lo mismo pasó con la lana, que se empezó a importar de Uruguay”. Así mismo, recuerda con precisión cuando durante los años 80 se volvió la proveedora de las telas para las tapicerías de los buses, lo que le significó tener diez empleados y dos camionetas para distribuir los tejidos que hacían, hasta que llegó la Apertura durante el gobierno de César Gaviria y la importación de moqueta italiana le desbarató el negocio. Se quedó sin nada.

Rosita, su mano derecha y la heredera del legado, le permitió seguir adelante mostrándole que su solución podían ser los manteles. Como, en efecto, lo fueron. La impulsó en el descubrir de esta paleta multicolor con la que enciende las vajillas. Ambas tienen amaestrados esos telares con los cuales se entregan a la dicha de la creación. Tejiendo se olvidan del resto de las cosas y es su espacio de sosiego. De la amistad y de la vida.

Artesanos de la ruta

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