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Mayra Elizabeth del Carmen Chindoy

Taller: Artesanías Mael
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Putumayo
Ubicación: Sibundoy, Putumayo


Mayra Elizabeth tiene clarísimo de dónde viene y recita con orgullo el linaje de cuatro generaciones de taitas y gobernadores kamentsá. Su lugar en el pueblo es reputado y apreciado. Su bisabuelo fue Miguel Chindoy Miticanoy, su abuelo, Salvador Chindoy y su tío Cástulo Chindoy. El primero, don Miguel, fue el responsable, entre otras cosas, de haber traído el Banco Agrario a Sibundoy, con el cual la gente mejoró su calidad de vida y su tío Cástulo fue reelegido, a pesar suyo, como autoridad del cabildo en varias ocasiones por ser considerado hombre de gran confianza.

Por las venas de la familia circula el valor del respeto, aquel que han protegido desde siempre, y también, el de la honestidad y la entrega para trabajar por la comunidad. El padre de Mayra, Santiago, heredero de apellido Chindoy, eligió, sin embargo, otro camino, igual de loable: se fue por el lado de la docencia y se casó con Isabel Jojoa, una mujer de otra comunidad, de los Pastos, que, no obstante, se consagró al trabajo por los niños en el pueblo de Sibundoy.

La vida de nuestra protagonista, pese a tener toda una historia alrededor de las autoridades de su pueblo indígena, ha sido distinta a la de una heredera tradicional. Por un lado, su ascendencia mestiza le enseñó de otras cosmovisiones y formas de ver la vida. Por el otro, su padre vivió por años lejos de su pueblo, al itinerar como maestro por el Bajo Putumayo, entre Puerto Guzmán y Orito. Esto hizo que la lengua materna kamentsá se le fuera desdibujando con los años, al punto de que solo se le quedaron algunas palabras grabadas, algo que la abuela siempre le reclamó. A esto se suma que Mayra fue madre soltera. Con todo, aunque sus circunstancias hayan sido diferentes, el espíritu de su familia siempre prevaleció pues todo se respetó y acogió. La familia en pleno le dio la bienvenida a Juan Diego y gracias a éste, llegó la artesanía.

Porque Mayra aprendió a hacer bisutería con chaquira por cuenta del bebé. Necesitaba aportar en su casa, para el sostenimiento de ambos, así que cuando una tía la invitó a un curso dictado por Jenny Cajoy, una mujer inga del pueblo de Santiago, no lo dudó. Aunque había estudiado Sistemas, no encontró trabajo en su campo y no tenía tiempo para perder. Y allí, hilando chaquiras recuperó su historia kamentsá, esa que le es tan esencial y que la hace levantar la frente en alto. Esa que habla de la idea de familia tejiendo ranitas o que pinta el sol en un símbolo. Rápidamente se dio cuenta de que ese saber lo llevaba en las manos y fue volviéndose cada día más y más ágil.

Va contando sus años de trabajo con la edad de su hijo Juan Diego, ya todo un adolescente. Para ella, verlo crecer es percatarse de un pasado que se hizo presente y que la emociona en cada pepita que se vuelve dibujo. Hoy tiene la mente puesta en probar las chaquiras sobre blusas, contando una historia que, nacida de la siembra, plasmaría un nuevo ciclo, un nacimiento, ese nuevo año que se representa con el sol. Y durante ese año, dibujaría los caminos buenos, representados en una montaña, una, donde alcanzar la cima simbolice encontrar nuestros sueños, y en donde aparecería el colibrí, aquel que trae buenas noticias. En eso sueña Mayra, y seguramente lo conseguirá.

Artesanos de la ruta

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