Vereda Tamabioy-frente a la vereda Cabrera
3115457141
jabiamnarcisa@gmail.com
Solemos tener idealizada la infancia, esa fantasía de que todo lo que allí aconteció fue lindo y amoroso. Pero, claro, eso no es necesariamente cierto. Narcisa Chindoy quedó huérfana apenas siendo niña y eso la hizo pasarla mal y sufrir durante mucho tiempo. Tener hambre, también. Creció entonces, como tantos más pidiendo posada, rodeada de extraños con los que se acompañaban, el médico que acomodaba los huesos, el cuentero y, para su alegría, una ancianita tejedora a la que se quedaba embobada mirando.
La veía, con un tirante colgado a una viga de la casa, tejiendo todos los días, sin entender bien qué era lo que hacía, pero fascinada con lo que hacía. Recuerda que si estaba de buen genio le decía con la manito que se le acercara y le iba contando lo que querían decir esos símbolos que tejía. A falta de escuela, ella y sus historias narradas lo fueron hasta que, para su tristeza, se le murió también.
Ella cuenta todo esto ya sin pena en la voz, sabiendo que eso y tanto más fue lo que le sucedió pero que ya quedó en el pasado, allá, lejos, como una experiencia que la hizo lo fuerte y compasiva que es. Su gran logro fue hacerse a una vida y a una familia muy distinta a la vivida y, por tanto, celebrada plenamente. Tejer fue, por si hace falta decirlo, su tabla de salvación. Tejiendo, así como se imaginaba que se hacía tan solo mirando a la viejita, pudo pagarse el uniforme que le exigían las monjas para estudiar.
Luego, gracias a una prima a la que le rogó que le enseñara en serio, aprendió de técnicas. No es que ella le tuviera mucha paciencia, pero Narcisa terminó aprendiendo de las puras ganas y la necesidad. También iba anotando lo que significaban los símbolos que ya había visto y que ahora tenía ella misma que reproducir. Recuerda que se equivocaba mucho, y que tenía que deshacer lo tejido, pero no se lamentaba, ya con la vida era suficiente como para eso. Esa escritura de símbolos tejidos sobre largas fajas es la que se ha dedicado a mantener a lo largo de toda su vida.
Es su forma de honrar el pasado de su pueblo y mantener vivos los significados. Así, entre dibujo y dibujo, va contando de ese nacimiento del Valle de Sibundoy, de la inundación que ahogó a tantos, así como de la llegada de los colonizadores y evangelizadores a esas tierras hermosas. También del arribo del Señor y sus milagros, de la devoción de un pueblo por ese Cristo vuelto cruz, y a la cual se le llora y baila, y el anhelo de que regresen su figura y reliquias al pueblo porque se lo llevaron lejos a Nariño. Además, recuerda que le contaron la historia de ese ancianito que un día llegó a la casa de una mujer muy pobre y que ésta le brindó lo poco que tenía para que éste tuviera algo caliente en el estómago y pudiera dormir arropado para seguir su camino. Cuál no sería la sorpresa de esta mujer cuando al despertar tenía gallinas y una chagra llena de alimento, pues por allí había pasado Jesús.
Narcisa va contando estas historias y confiesa que era muy chiquita cuando las oía, pero que lo hacía con la boca abierta de la emoción, así como cuando oía la música del Carnaval. La hacían feliz todos esos relatos y así los ha tejido. De ella podemos ver sus fajas de 30 metros de largo, con estas historias impresas, una experiencia conmovedora que invita a sumergirse en ellas.
No puede copiar contenido de esta página