Taller: Fábrica de Instrumentos Musicales Olimpo Díaz
Oficio: Luthería
Ruta: Ruta Meta
Ubicación: Villavicencio, Meta
Habría podido seguir la senda del éxito que le estaba brindando la música norteña de los corridos prohibidos, pero luego de una intensa bohemia, a los 22 años se decidió a seguir la palabra de Dios y a vivir de la luthería, el oficio con el cual su papá le dio renombre al apellido Díaz y estableció un legado en la industria musical de Villavicencio. Como se dice “lo que se hereda no se hurta”, así que se entregó a los sonidos que fundaron su casa, y el oído que heredó ya es claro que se lo ganaron también sus propios hijos, todos, con talento musical y una incipiente vida alrededor de los instrumentos.
Esta historia se remonta a más de medio siglo cuando don Olimpo empezó una tradición en Los Llanos vendiendo guitarras que traía de Bogotá y que, por cosas de la vida, al dañarse alguno de los instrumentos, tuvo que vérselas para repararlo. Y lo logró. Aprendió de forma autodidacta el oficio de la luthería, un arte que requiere de destreza, creatividad, recursividad y oído. Ser músico, por supuesto le ayudó. Era baterista, bajista y guitarrista que dominaba varios géneros musicales y hasta tocaba con tríos. Ese espíritu melódico se lo transmitió a su hijo plenamente.
Oscar Olimpo recuerda que empezó en esto a los siete años cuando su papá le ayudó a hacer una bandolina de ocho cuerdas que le terminó vendiendo en 1.500 pesos y le dio 1.000 a él. A los 10 ya le soltaba la sierra y el sinfín y el niño fabricaba sus instrumentos solo. Sonríe al rememorar lo lindo que era todo porque su papá era incansable, pero también lo duro que les tocó; era corriente que, de un día para el otro, durmieran en el piso pues, para cumplir con algún trabajo, don Olimpo debía usar las tablas de las camas. Ya vendrían unas nuevas cuando regresaran las vacas gordas. Y repetirían las flacas. Así era. Quizá por ello, por todas esas memorias, atesora la primera arpa que hizo, a sus 15 años, porque le recuerda la muerte súbita de su papá y las muchas preguntas que le faltó hacerle sobre la vida y el oficio. Ha tenido que hacerse sobre la marcha, igual que su papá.
Y hablando de bandolinas es la oportunidad para entrar en el terreno de la música llanera y de sus muy particulares instrumentos melódicos como el arpa, la bandola, el cuatro y hasta uno muy autóctono como la cirrampla, un instrumento de una cuerda de los indígenas Sáliba de Orocué que aún se interpreta en esta zona. A todos los conoce y los puede trabajar con la maestría del reparador de sonidos. Justamente por ello, precisa las diferencias entre las necesidades de los músicos que usan un instrumento de forma profesional y de aquellas que tienen como fin enseñar.
Cada una requerirá de caminos distintos en la práctica del oficio luthero. Por ejemplo, para él es notable la evolución de un instrumento como la bandola a lo largo de los años. Si hace 40 años este instrumento contaba con siete trastes –es decir el lugar donde se ponen los dedos en su pescuezo largo–, hoy puede llegar a tener hasta 24. Una guitarra clásica tiene 12. Esto se hace porque los músicos quieren alcanzar nuevos registros de sonido, lo que también va de la mano con la evolución del propio ritmo. Los luthiers se encargan de adaptar estos cambios en el instrumento que el músico solicita. Así mismo, en el campo pedagógico –y aquí exalta el trabajo de los maestros Gildardo Cruz y Óscar Curvelo– que, haciendo algo similar a lo que se hace en la educación de música clásica al hacer violines pequeños de un dieciseisavo o un octavo, ha hecho semilleros de bandolas pequeñitas para cultivar el gusto de la tradición por los niños.
Se deleita contando con detalles sobre el oficio, sobre las herramientas, sobre la música, sobre su padre y confiesa que cuando le llega a sus manos un instrumento viejísimo y descubre que fue un trabajo que hizo don Olimpo no deja de pasarle un escalofrío de emoción por el corazón. Es el sello de una familia que hará todo lo posible por que nunca se olvide.
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