Taller: Artesanías Reyso
Oficio: Cestería
Ruta: Ruta Norte de Santander
Ubicación: Villa del Rosario, Norte de Santander
Con Reinaldo Soto queda clarísimo que la noción de frontera es algo poroso. Basta cruzar el puente o pasar por el río para estar en el país vecino, en este caso Venezuela. Además, cuando hace el recuento de su vida la fluctuación de la moneda, auge y caída del bolívar, es una constante que ha definido el apogeo y reacomodación de su oficio. Con la bonanza petrolera tuvo momentos estelares, pero la crisis económica por la que está pasando la sociedad venezolana ya desde hace años hizo mella en quienes del intercambio de bienes vivían en esa zona, él una de estas personas.
Reinaldo cuenta que vivió gran parte de su adolescencia en Villa del Rosario, Norte de Santander, pues de allí provenía la mayor parte de la familia de su mamá, pero que nació en Santander, en la provincia de García Rovira, y que en ese lugar sus padres vivían de la agricultura, del cultivo de tabaco, maíz, yuca y plátano, así como de la crianza de animales. Fue en Villa del Rosario, sin embargo, donde aprendió a cruzar el río Táchira y en donde la familia en pleno se dio al rebusque del pan diario. Luego, se trastearon a Cúcuta y tiene clarísima la imagen de cuando le rogó a Dios, luego de seis años de intenso trabajo de campo al sol, para que le permitiera encontrar algo distinto: “Papito Dios regálame un oficio a la sombra, que esto está muy duro, y fue entonces cuando mi tío me llamó para trabajar con él”, cuenta, contento de haber sido oído.
El tío Serafín tenía una fábrica de muebles de bambú y mimbre en donde Reinaldo lo aprendió todo. Fue una escuela en la que estuvo hasta pasados sus veintes. Al comienzo se dedicaba a barrer el local, pero rápidamente se concentró en entender lo que se hacía allí y, gracias a que sus primos le pedían que se encargara de resolver pedidos, fue volviéndose un hábil tejedor. Sus inicios fueron limpiando los amarres del bambú, esas uniones de la barra vegetal que han de despejarse para tejer y como era curioso y no quería quedarse varado con nada de nada, al no saber de moldes agarraba un pote de mayonesa y ahí trataba de hacer un canasto pequeño. Así mismo, al sentirle la mano suave, la gente le pedía que les arreglara los jarrones. El propio Serafín se sorprendió de lo mucho que había aprendido este sobrino aventajado. Viéndole las ganas de aprender se lo llevaba al cultivo de la materia prima donde siguió nutriendo su conocimiento.
Al sentirse preparado para emprender la vida adulta, a comienzos del año 2000 se independizó y, junto a su hermano José Ángel, sembraron en media hectárea de tierra una pequeña enramada de mimbre en un terreno que tenía su mamá. Recuerda que puso los ahorros que había hecho desde sus 19, 450.000 pesos que invirtió toditos en el negocio. Allí velaba por vigilar que la hormiga arriera o bachaco –como se le conoce en Venezuela– no atacara la planta. Paulatinamente fueron agrandando el cultivo y vivieron una época de vacas gordas en donde vendían muebles de mimbre y materia prima, principalmente en el vecino país, “con eso nos levantamos, y alcanzamos a tener hasta seis empleados”, narra orgulloso. Hasta que a finales de la década se vino abajo el bolívar y tuvieron que separarse con su hermano, pues no lograban sostener el negocio; los montones de mimbre que tenían en bodega empezaron a dañarse por la falta de mercado. Cada uno cogió su propio camino, José Ángel siguió con la cestería y él se dedicó a la tejeduría.
En 2015 llegó Artesanías de Colombia convocando artesanos para mejorar sus procesos e innovar en sus productos. Empezaron 300 y se fueron decantando a 20, para terminar en cinco, él uno de ellos. La lógica de muchos tejedores era trabajar sobre plantillas, así que una propuesta de hacer artesanías nuevas no caló del todo. Pero Reinaldo se le midió a combinar su saber de tejedor de mimbre con cuero para hacer butacos, también aprendió a hacer lámparas y se puso a hacer pajaritos como el turpial o el toche santandereano, así como muchos otros animalitos en mimbre como toros, chivos o burritos.
Justamente, con estos elementos decorativos se ha comenzado a destacar en su departamento y hoy puede decir con certeza que logró crear una artesanía con identidad por la cual lo están llamando distintos emprendedores para que les decore sus locales con sus productos. Resiliente como es, está listo para seguir dando las batallas que sean para sobresalir.
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