Taller: Asociación de mujeres artesanas asmuarte
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Bolívar
Ubicación: San Juan Nepomuceno, Bolívar
San Cayetano, además de ser el corregimiento de San Juan Nepomuceno donde se celebra el Festival Nacional del Ñame entre chichas, brownies, panes, harinas y el típico ají machucado, lleva años siendo el proveedor de palma de iraca para Usiacurí, conocido por sus delicados tejidos en esta fibra. San Cayetano es también, desde hace veinte años, el hogar de Aura Elena Yepes, una de las mujeres que aprendió a tejer en iraca después de haberse tenido que desplazar forzosamente. Venía de la vereda El Toro, a una hora a lomo de mula del corregimiento, y llegó al mismo tiempo que las muchas otras familias que dejaron atrás sus veredas.
En 2021 le dieron vuelta a la página cuando decidieron capacitarse con USAID, y aliarse con Artesanías de Colombia, para pasar de ser proveedoras a tejedoras en iraca. Empezaron con las clases de Yasmin Molina, su maestra venida directamente desde Usiacurí. Aura la recuerda con las tijeras en mano, picando los tejidos que no estuvieran bien hechos. Aunque severa, era la mejor manera de aprender, porque la iraca tiene la particularidad de quebrarse cuando se desteje, entonces, si se quiere alcanzar la perfección, hay que picar y coger otra fibra, picar y coger otra fibra. Las que aguantaron las exigencias de su maestra, hoy se ríen al recordar sus inicios y mantienen una amistad estrecha con ella. Porque parte de este camino ha estado atravesado por la amistad, por trabajar en comunidad y conocer nuevas personas cuando salen a vender sus piezas.
Con ella aprendieron, antes que nada, a entresillar, es decir, a hacer trenzas y forrar con ellas el alambre que dará forma a sus paneras, campanas, canastos, accesorios, bolsos, abanicos, individuales, centros de mesa y hasta zapatos. Después vinieron las puntadas de nombres tan bonitos como su resultado: mimbre, flor de papaya y flor de nudillo. Aprendieron la diferencia entre trabajar con la parte dura de la iraca, que sirve para los canastos y las esteras sobre las que tradicionalmente se ha dormido en la costa, y la hoja, la parte de la palma que ellas prefieren.
La iraca crece silvestre en los cerros de su municipio y, mirando hacia atrás, Aura se dio cuenta de que siempre tuvo una afinidad por el tejido. En el colegio, cuando la ponían a hacer manualidades, ella protestaba para que le dieran aguja e hilo. Recién casada, se embelesaba viendo tejer con hilos a una vecina que venía de San Jacinto. Y se demoró tanto en aprender que ahora siente multiplicados el gusto por el trabajo y la satisfacción de ver una pieza terminada. Es lo suyo, se lo dicen los sueños en los que se le revela la mejor forma de tejer una pieza que le esté costando. Por eso cuando los tejidos se enredan, lo mejor que puede hacer la tejedora es irse a dormir, para desenredarlo en sueños. Sus mismos hijos le heredaron el amor por el oficio un día en que tenía que sacar adelante un pedido grande y los puso a ayudarle. Aprendieron con tal facilidad que siguieron haciéndolo, y lo mismo pasó con su nieto de diez años, que parece haber nacido para la artesanía y los negocios, porque cuando quiere comprarse un dulce le pide que le de trabajo tejiendo. Su última fijación es comprarse un celular, para el que ha estado llenando su alcancía con lo que va ganando del oficio que le heredó a su abuela.
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