Taller: Cooperativa reforestadoras
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Bolívar
Ubicación: San Jacinto, Bolívar
María Elena recuerda con claridad la noche en que su padre le dijo que si quería que le empitara las hamacas al día siguiente, tendría que levantarse antes de que el sol saliera para que él le enseñara a hacerlo. Eso era, hacerle el cabezote, el último paso en la hechura de una hamaca. Aunque el empitado estuviera reservado tradicionalmente para los hombres, por la fuerza que requiere, su padre tenía que salir muy temprano a trabajar el campo y supo que podía revelarle el oficio. Con eso, María Elena ahora podía defenderse de principio a fin.
A pesar de los achaques, del dolor de la artrosis en sus manos y de los discos gastados en su columna, María Elena ha encontrado la manera de no abandonar su oficio, uno que le pide estar largas horas de pie. Dice que morirá tejiendo, que no tiene sentido que le pidan que deje su arte. Lo atesora y defiende aguerridamente porque vive de eso, es para lo que se preparó en la vida. El tejer hamacas ha sido su único trabajo, el sustento con el que crió a sus cinco hijos ella sola. Su vida ha girado siempre en torno a las artesanías y en los casi 48 años que lleva entregada a ellas, ha visto cómo pasaron de tener apenas tres diseños de hamacas en el pueblo, a una diversa oferta de tejidos. Recuerda los siete telares que había en su casa de infancia, a todas sus hermanas tejiendo, y a su madre, Marta Teherán, enseñándole a hacer sus primeros intentos a los 12 años, cuando era tan chiquita que se tenía que subir en una banquetica. Desde entonces le encantó la labor, y sin saber porqué, le cogió un amor inmenso.
Recuerda, también, el día en que volvió a la casa con la carga de hamacas que no había podido venderle a los comercializadores de la variante, y se encontró con una amiga que la alentó a inscribirse en el punto de Artesanías de Colombia en San Jacinto. Y le cambió la vida. Conoció lo que era tejer bajo pedido, tener el trabajo asegurado y nunca más cargarse las hamacas al hombro para ofrecerlas quién sabe a cuánto. Cuando tiene un pedido importante no se la ve sino en el taller. Se levanta, se toma un tinto, y se pone a tejer y se olvida de todo lo demás, no tiene que ver con ningún oficio de la casa. Y así pasan seis días, el tiempo que le toma terminar una hamaca. Cuando se sumerge en su trabajo se conecta con su pulsión creadora. Apenas se sienta en el telar se le aparece el diseño que hará, y le da hasta que lo saca. Se inspira en lo que ve en el día a día, por ejemplo, la tela de la camisa de algún transeúnte, y cuándo termina la sorprende su propia habilidad. Se pregunta, caramba, yo cómo fue que hice eso.
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