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Nelcy Leonor Rincón

Taller: Cestería de Leo
Oficio: Cestería
Ruta: Ruta Paipa - Iza y Paipa - Guacamayas
Ubicación: Cerinza, Boyacá


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  Cr 4 #6-61, Cerinza, Boyacá
  3144381580

Cuenta Nelcy Leonor que, según la tradición, todo empezó con los coladores, que son la madre de los demás canastos. Esos que había en todas las casas de Cerinza para colar el cuchuco con espinazo, el tinto, y la leche para convertirla en cuajada. Eran sus hebras las que marcaban la piel de los quesos y las que le daban el sabor distintivo al café. No se sabe quién fue la primera en tejerlos, pero su legado es más que evidente: los coladores se diseminaron en todo tipo de canastos para los huevos o el mercado, individuales, cazuelas, jarrones y paneras. Piezas concéntricas que comparten un mismo origen y se empiezan a tejer de la misma forma, cruzando pares de hebras de esparto.

Quizá porque el esparto viene de las tierras altas, en donde el agua se cuela entre las plantas y se junta en arroyos y quebradas, la pieza originaria tejida con él fue un colador y la mejor manera de darle forma es humedeciéndolo. Es una planta caprichosa, no crece donde se le dice sino donde quiere, y se aferra con fuerza al suelo, por lo que los recolectores deben saber jalarla para extraerla. Un trabajo durísimo. No pueden usar herramientas, sino sus puras manos, porque si la cortan, la planta se muere. Hay que arrancarla, para que se reproduzca como hierba mala. Pero si se le sabe tratar, da sus recompensas.

A veces le preguntan a Nelcy Leonor si sus canastos no están hechos con plástico, porque la fibra tiene un brillo que la hace parecer impermeable y sintética. Y no. Es el resultado de haberla sabido cuidar durante todo el proceso al que se le somete antes de tejerla: lavarla bien, cocinarla las horas debidas, secarla al sereno durante quince días sin dejar que le llueva mucho ni le caiga mucho sol. Así, el brillo de los canastos aparece a medida que ellas la tejen, gracias a su tacto.

En manos de esta artesana y su grupo de cinco mujeres, madres cabeza de familia, y un hombre que aprendió el oficio después de sufrir un insuceso, el esparto se transforma bellamente en lo que cada una mejor sabe hacer. Lo de Nelcy es enmallar a la izquierda, es decir, darle el terminado a los bordes de los individuales. Doña Nubia remata en rollo a la perfección, el señor Valderrama voltea los fruteros doble pared, y doña Mercedes se destaca por las puntadas gruesas, a las que se les llama sarga. Por su parte, Doña Floralba y Adriana, madre e hija, se especializan en los diseños tradicionales. Y es que todas ellas aprendieron a tejer hace tiempo, cuando la docena de cazuelas se vendía en 2,500 pesos y la de individuales en 800. Nelcy recuerda que, antes de aprender a usar el esparto mirando trabajar a las mujeres de una asociación, su madre le había enseñado a confeccionar las piezas tejidas de las alpargatas en un telar chiquito con hilo de cáñamo. Esas las vendían a 200 pesos la docena.

Y así transcurre la vida en Cerinza, mujeres tejiendo canastos mientras cuidan el ganado, mientras hacen su comida y su almuerzo. En palabras de esta artesana que lleva más de treinta años en el oficio, dividiendo su tiempo entre el cuidado de las vacas y los canastos. tejer en esparto es su mejor método para desestresarse, es algo que la relaja y que al mismo tiempo le nace del corazón. Puntada tras puntada ha podido sostener a su familia y heredar su conocimiento a dos de sus hijos, Jenny y Samuel David, un jovencito en quien se lee el amor por el oficio, pues con un carisma más grande que él ofrece todo lo que teje su madre, y a cada pieza le encuentra un comprador.

Artesanos de la ruta

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