Taller: Asociación de mujeres palma sara asomaps (Taller propio es Angela Martínez)
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Bolívar
Ubicación: Magangué, Bolívar
Su máquina de coser tiene más de cincuenta años. Se la regaló un tío cuando vivía en Barranquilla y trabajaba en modistería, y le cayó de perlas cuando regresó al corregimiento de Cascajal, en Magangué, para dedicarse a la tejeduría en palma sará. La máquina resistió el trabajo duro y ha seguido siendo su mano derecha para coser las trenzas de palma con las que crea canastos, tapetes, monederos, abanicos, paneras, y sombreros, porque primero fueron los sombreros.
Ese es el arte de su pueblo. Por eso cuando Ángela María habla, lo hace sabiendo que es parte de una tradición más grande que ella. Recuerda haber alcanzado a conocer a su abuela y verla coser sus sombreros a mano mientras le contaba que antiguamente todos trabajaban así, hasta que un día llegó un señor muy interesado en lo que hacían, y les dijo que iba a buscar la manera de facilitarles la labor. Por eso regresó al pueblo con cuatro máquinas de coser, y a partir de entonces, todo cambió. La gente se fue orientando, aprendiendo a usarlas y buscando las propias máquinas, y pudiendo descansar del arduo trabajo que significaba coser sombreros a mano, tuvieron la cabeza y las manos para empezar a inventar nuevas cosas.
Quizá el recuerdo más dulce y claro que tiene de su infancia son los paseos con su madre, doña Albertina Martínez, a los pueblos aledaños para buscar los cogollos de palma que luego secarían al sol por quince días y cepillarían para sacarle las fibras. La sentaba en el lomo de su burrito, una hora de ida y una de regreso, y volvían al pueblo con su material. Ángela María aprendería a tejer las trenzas básicas, esas a las que les llaman concha e’ jobo por su apariencia rústica, como la de las conchas jobo, a los doce años. En ese entonces, una docena de sombreros sencillos se vendía en apenas mil, máximo dos mil pesos, un dato que desde el principio tuvo clarísimo, ya que desde niña tuvo que trabajar. Su padre había fallecido y su madre había quedado sola al cuidado de seis hijos. Tuvo que convertirse en madre y padre, sacarlos adelante y enseñarles a tejer. Todo lo que saben lo aprendieron con ella, el resto fue práctica. Y les dejó un lindo legado, el del trabajo con el que luego criarían a sus propios hijos.
Ahora que a Ángela María se le están borrando las huellas, con más de cincuenta años en el oficio, le agradece a Dios y a la palma Sará por su vida. Ha podido enseñarle a su hija, y a sus nietos, siguiendo una de las máximas de su pueblo, donde todos aprenden porque aprenden. Además, tiene la satisfacción de haber sido de las primeras en asociarse con otras artesanas para recibir talleres, capacitar a otras y empezar a ir a ferias. Por eso aún conserva la escarapela de su primera vez en Expoartesanías 1997. Hoy hacen parte de su Asociación de Mujeres Palma Sará Aso Amar, quince mujeres, entre ellas madres cabeza de familia. Y aunque se dediquen más que todo a coser las trenzas que otras han tejido, rememoran aquellos tiempos en que se sentaban en las puertas de sus casas a la noche, cogían un manotado de palma, y cuando se paraban para ir a acostarse, habían tejido más de veinte trenzas, casi sin darse cuenta.
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