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Astrid Betancourt García

Taller: Artesanías Betancourt García y Asociación Corartechamba
Oficio: Alfarería y cerámica
Ruta: Ruta Tolima
Ubicación: La Chamba, Tolima


Familia unida jamás será vencida, parece ser el lema de los Betancourt, un ejemplo de empresa en La Chamba. Han perfeccionado de tal forma los procesos de elaboración de sus productos, que son los únicos artesanos del municipio que exportan de manera directa. Así que si se encuentra con alguna belleza de barro negro en Francia, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos o Canadá, quizá es de la marca de los Betancourt. Astrid es la menor de los seis hermanos de la familia y heredera del saber de sus padres, Ana Beatriz García y José Noel Betancourt. Y a pesar de su tremenda juventud es la cabeza visible de este emprendimiento familiar, administradora del negocio y lideresa nata.

Tiene el barro en la sangre y el torrente se le nota. Recita con alegría su infancia entre platos, tinajas y ollas, y no hay un solo recuerdo que no esté acompañado de esta idea de que en su casa siempre se trabajó mucho. Cuando no estaban produciendo las piezas artesanales, las estaban vendiendo, por eso, se siente contenta de haber conocido Colombia por cuenta de estas correrías. Hoy, renovaron las manos dentro del clan, pero están completamente especializados: ella administra y comercializa; sus hermanas Liliana, Digela y Jazmín diseñan y hacen los acabados; su esposo y cuñados, Pedro, Rodrigo y Jaime, hacen el empaque y embalaje y su cuñado Jaime es quien maneja los hornos. Fueron los primeros en hornear a gas la cerámica y, años después de iniciado y constatado su resultado, le regalaron su diseño de hornos a la comunidad cuando, por cuenta de su gestión, les fueron donados siete hornos a La Chamba.

Todo empezó con sus abuelos quienes ofrecían sus productos en los distintos mercados de las riberas del Magdalena y paraban, especialmente, en Girardot y El Espinal; luego, con su padre se desplazarían a nuevos destinos: en enero, Cartagena, en mayo y septiembre, Bucaramanga e Ibagué, en junio, Cali, Santa Marta, Barranquilla y Cúcuta a final del año y Semana Santa en Popayán, “hasta que fue el terremoto, en los 80, y ahí sí mi papá no quiso regresar”, recuerda. Sus memorias de aquellos tiempos son intensas, de trabajo sin freno, sin embargo, también allí afincó un mundo de amistades, los hijos de los artesanos que, como ellos, llegaban de diferentes lugares del país a las ferias donde vendían sus padres; éstos serían sus amigos del comienzo de la vida y la promesa del reencuentro y los paseos al año siguiente.

Hablar de La Chamba la apasiona. Sabe que solo actuando colectivamente se preservará el saber artesanal, así que participa en cuanto proyecto exista para salvaguardar el patrimonio alfarero. De hecho, lidera procesos y propone toda suerte de planes de acción para ello. No solo lideró la Asociación de Artesanos de La Chamba en la obtención del sello de Denominación de Origen de la cerámica de su pueblo, sino que fue sido invitada, como miembro ilustre de su comunidad, para fortalecer la marca de identidad de su territorio a través de una formación en desarrollo rural comunitario en Japón. Y, por si fuera poco, coordinó el proyecto editorial del Ministerio de Cultura Los Cuadernos del Barro, que homenajearon a las grandes artesanas de La Chamba. Tiene claro que divulgar el universo del barro y perfeccionar su producción redundará en el mejoramiento de la calidad de vida de sus colegas artesanos. Su familia le ha dedicado su vida al oficio y ha sabido crecer con éste. Hoy, solo quiere que lo que ellos han vivido, también lo viva su comunidad.

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