Taller: Cerámica Arte y Tradición
Oficio: Alfarería y cerámica
Ruta: Ruta Tolima
Ubicación: La Chamba, Tolima
Es la cabeza visible de la Asociación de Artesanos de La Chamba. Hijo de Ana María Homez, otra de las artesanas brilladoras de este municipio, así como discípulo de la maestra Luz Mariel Rodríguez, fue durante mucho tiempo un exitoso comercializador de los que llenaban camiones de la famosa cerámica negra de La Chamba y colmaba el Pasaje Rivas, el 7 de agosto y Corabastos, entre otras muchas plazas comerciales del país. Sin embargo, hoy es consciente de que ese mercado mayorista le ha hecho daño al pueblo, pues circula demasiado producto de regular calidad en Colombia y fuera del país. Esa loza económica que no brilla como debiera y que se rompe fácilmente, no tiene nada que ver con el verdadero producto pulido, refractario y resistente de por vida que se cuece en esa tierra tolimense. Pese a ello, muchos restaurantes típicos y de corrientazos la tienen como su vajilla, pues no hay nada más bonito que servir un ajiaco o una bandeja paisa en barro negro. Un obstáculo que es, sin embargo, una oportunidad, pues hay mucho por educar todavía.
Con esto en mente, Camilo Prada hoy es abanderado de la Asociación de artesanos y es del grupo de personas que luchó por la consecución del sello de Denominación de Origen de La Chamba, un reconocimiento que permite que la tradición alfarera se proteja; también se ha convertido en divulgador del tremendo patrimonio cultural y material con el que cuentan en su pueblo. Recita con conocimiento del origen pijao de su comunidad, de aquellos tiempos en donde sus aguerridos ancestros acabaron con los colonizadores españoles, con la terrible consecuencia, del aniquilamiento de su especie por venganza. Recuerda también que, por cuenta del mestizaje derivado de la Conquista, el uso de la cerámica pasó de ser puramente ritual en urnas funerarias, para convertirse en utilitario, elaborando las ollas que imprimirían en esta alfarería los destinos de este pueblo. Se inspirarían en las de vasijas de bronce traídas por los españoles. Además cuenta cómo, gracias a unas ramas de escoba, una mata de la zona, que se colaron en el proceso de cocción, oxidando una olla hace más de 80 años, la cerámica se quemó negra y eso le dio un nuevo aire a estas artesanías. Finalmente, reconoce que la preservación de este saber, así como la economía de este municipio, incluso en el presente, se les debe a las mujeres, entre ellas a Ana María Cabezas, la artífice del barro negro.
Hace rato que dejó de pensar en cantidad para hablar de calidad. Sabe que es lo único que permitirá que el saber de su pueblo se preserve, valore y pague a un precio justo. Basta decir que mientras un artesano puede elaborar 20 ollas en un día, es imposible brillar esta misma cantidad por lo dispendioso del oficio; si acaso alcanzan a ocho, y eso con toda la experiencia que tienen estas alfareras brilladoras. Un trabajo poco agradecido y que es el sello distintivo de su calidad, pues resaltan sus tres capas de brillo, esas que evidencian que se frotó con una piedra de ágata, hasta la adherencia perfecta, la capa de arcilla del Río Suárez y que da el toque de impermeabilización requerido para llevar honrosamente apellido de municipio.
Es consciente de que, a pesar de que esta es una de las artesanías que más se conoce en Colombia, las condiciones de vida de los artesanos de La Chamba aún son difíciles por lo cual, lamentablemente, no tienen el tiempo para enseñar su tradición, pues dejarían de producir mientras lo hacen. Por eso se toma muy en serio la tarea de dar a conocer las virtudes de La Chamba y los legados de las mujeres alfareras, así como velar por que el mercado sea cada día más responsable conociendo del valor de su trabajo y ayudar así a esta comunidad a salir de la pobreza. Se ha impuesto la tarea de honrarlas al mostrar su trabajo, y con la mira puesta en ayudar a seguir cultivando este arte para las generaciones por venir.
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