Taller: Taller De Joyería Juan Urán Arias
Oficio: Joyería/bisutería
Ruta: Ruta Córdoba
Ubicación: Ciénaga de Oro, Córdoba
Calle 4 # 19-31 Barrio Santa Teresa, Ciénaga de Oro, Córdoba
3145756900
Diego es heredero de la estirpe de don Juan Hermenegildo Urán Arias y doña Ida María Arcia Flórez, sus padres. Ambos trabajaron con los joyeros reconocidos de Ciénaga, los hermanos Chica Arroyo, con quienes se fueron destacando y gracias a los cuales se metieron de manera empírica en el universo de la filigrana. Él mismo se inició como joyero ayudándole a su padre a los 8 años, hoy, casi llegando a los 70, da cuenta de un oficio pegado a la piel.
Diego está orgullosísimo de haber aprendido el oficio con la fragua de mano en la que se ve claramente la fecha de 1897. En esa tremenda caldera que heredó de la herrería de la familia de su mamá, sudó durante toda su carrera, viendo derretir la materia prima y usándola en la elaboración de las más delicadas piezas de joyería artesanal. A él le enseñaron a trabajar el oro sin usar ácidos, sino sal y limón, una curiosidad que nació de la precariedad económica en la que vivían, pero que resultó tan bien como el realismo mágico. Y recuerda vívidamente a su mamá puliendo las piezas que hacía su papá con pita de hamaca o con carbón. Cuenta, también que la fuente del oro para ellos era, principalmente, las calzas de los dientes de 22 quilates y el de las monedas, de 24. Cuando rememora, describe cómo ese oro se limaba y se vertía en un recipiente de vidrio, se le echaba ácido nítrico y se ponía a hervir y, producto de la evaporación, quedaba un polvillo más fino que el talco pegado a las paredes del frasco. También recuerda las bombas alquímicas, tremendamente mágicas, que lograba su papá, al mezclar cianuro con el zinc que recubría las pilas. Don Juan Hermenegildo soplaba con soplete de boca: así soldaba las piezas. “Éramos demasiado pobres”, dice con melancolía, pero feliz por el ingenio de sus padres. “Nunca conocimos un laminador, todo se hacía a punta de martillo”, concluye hinchado de alegría.
Su papá fue galardonado en 1987 con la medalla a la Maestría Artesanal, pero quien reclamó ese honor fue Diego. Su padre murió al año, y allí se dijo que continuaría el legado familiar. Fue elegido para trabajar en la Escuela de Bellas Artes en Taxco, en el estado de Guerrero, México, y allí compartió por un mes sus conocimientos y aprendió también otras claves de la joyería. Esa experiencia lo marcó y también aprendió el arte del repujado. Con esa técnica se destacaría luego haciendo bocachicos sinuanos, que a diferencia de los pescaditos momposinos, tiene ocho aletas y sus escamitas repujadas.
Piensa que lo que distingue la filigrana cienaguera de la momposina es su trenzado, que semeja al del sombrero vueltiao tan característico de su tierra. También que reproduce iconografía zenú, los rastros de sus ancestros. Le gusta recordar aquellos tiempos en los cuales del cerro bajaban las corrientes de agua cargadas de pepitas de oro que los barequeros escarbaban entre sus bateas y se las vendían a los joyeros. Añora que su oficio está en riesgo de desaparición pues ya no queda prácticamente ningún joyero en el pueblo.
Como sus padres, le sigue rezando a los santos y hasta le hizo un rosario de un metro de largo y que pesaba 286 gramos al Papa Francisco. Hoy se dedica a los encargos y a hacer arreglos de piezas en filigrana. También está haciendo instrumentos de pesca como anzuelos en acero. Podría retirarse, pero prefiere mantenerse activo y sonriendo, inventándose piezas y agradeciéndole a Dios seguir intacto para mantener el orgullo de la familia.
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