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Eligio Rojas Quintana

Taller: Taller EL BERILO ROJAS
Oficio: Joyería/Bisutería
Ruta: Ruta Bolívar
Ubicación: Mompox, Bolívar


La madera se la vio un profesor de arte desde pequeño. Por eso, cuando llegó a noveno grado y ya en su pueblo no podría acabar el bachillerato, le propusieron a Eligio estudiar en el colegio Tomasa Najera, que tenía énfasis en orfebrería. Aunque no había vocación joyera alguna en su casa, pues su papá era campesino y perdió a su mamá cuando tenía 14 años, se le midió al asunto. Y siente orgullo al saber que inaugura un legado.

Recuerda que el trayecto para ir a estudiar era pesado, se levantaba a las 3 de la mañana y debía pasar Pueblo Nuevo, Guataca, Guaymaral y cruzar Mompox hasta llegar a la institución pegada al aeropuerto. Pero valió la pena el esfuerzo porque en lo poco que aprendió en el Tomasa le vieron buenas manos para el oficio, por eso, c uando su papá decidió irse para el Magdalena y se quedó como “ceiba sin bolero”, se sorprendió al ver que tenía a más de un padrino que lo acogiera en Mompox.

Se hizo asistente de varios maestros y, luego de las tareas, se entregaba al oficio los fines de semana, muchas veces hasta la madrugada, para aprenderlo todo sobre los metales. Allí se fijó una meta: entrar a la Escuela Taller. Sabía que era difícil, más de un centenar de aspirantes para un cupo de 15 aprendices joyeros. Llegó empapado y tarde al examen, lo que sintió como un mal presagio, sin embargo, allí se sentó en el pasillo a contestar las 50 preguntas y esperó con ansias ver la cartelera de seleccionados a los ocho días. No aparecía y se le rompió el corazón, pero velozmente le preguntaron si era Eligio Rojas. Había quedado de primero en la prueba.

Su carrera desde entonces no ha parado de crecer. Ha podido enseñar, aprender e intercambiar con joyeros de otros países, así como viajar por cuenta de su talento. En España pudo ahondar en el oficio así como introducirse en el mundo de la gemología. En ese trasegar trasatlántico descubrió Madrid, Galicia, Salamanca, Toledo, Santiago de Compostela y pasó por Portugal.

Esa gratitud con la vida lo llevó también a aceptar ser maestro hasta 2017 de la Escuela Taller de Mompox. Sabe que tiene estrella, y así recuerda a Fernando Vaquero, ese hombre que aportó “miles de granos de arena” al haberlo llevado a Expoartesanías por primera vez para mostrar allí su talento. Tiene claro que lo suyo son las piezas únicas, y más, si son difíciles de elaborar. Por eso, cuando una clienta le pidió que si le hacía una mosca se le abrió un mundo.

Hoy, su maestría son los insectos: saltamontes, libélulas, tarántulas, cucarachas o moscas. Gracias a su maestro de armado, Armando Acuña, aprendió la mecánica de la joyería y, desde ese entonces, tanto movimiento como volumen son su sello. Las jaibas y los escorpiones son sus últimos experimentos y, más allá de la vanidad, sabe que son un deleite para la vista. La inspiración de su hija que ya ha demostrad.

Artesanos de la ruta

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