El barniz de Pasto es el Viejo, es mi papá”, dice sin asomo de dudas Óscar Granja, heredero del saber de don Gilberto Granja, toda una institución artesanal nariñense. Más de seis décadas perfeccionando una técnica que bien podría confundirse con un patrón hecho en computador por la precisión tan increíble que alcanza este dominio del arte hecho a mano.
Esta alerta sobre la transmisión de saberes y la necesidad de comunicar adecuadamente la delicadeza y finura de este trabajo, sumado a la preservación del legado de su padre, hizo que Óscar se decidiera en 2009 a devolverse a Pasto y trabajar de la mano con él. No fue una decisión fácil pues llevaba 22 años viviendo lejos de su tierra ejerciendo sus estudios en Arquitectura y Comunicación gráfica.
No obstante, hoy, cuando lo mira, es lo más grato que ha hecho. Se comprometió con la tradición de su casa y está haciendo todo lo posible por romper con círculos que han hecho que la vida artesanal sea tan dura en nuestro país. Porque si bien él y sus hermanos ayudaban a su papá en el taller cuando eran apenas unos niños, y claro que aprendieron el oficio de sus hábiles manos, tiene clara la insistencia de sus papás, ambos, de que estudiaran algo para no correr el presagio de las angustias que se pasan cuando no se tiene garantizada la venta de la producción artesanal o ver cómo los artesanos se matan trabajando de sol a sol pero son los intermediarios y los comercializadores quienes se ganan la plata.
Pero quizá la imagen más determinante que tiene en su cabeza de adulto fue ver a su papá atendiendo en la feria de Artesanías y responderle con contundencia a una clienta que quiso saber con quién trabajaba y a quién le quedaría la herencia Granja: “Estoy solo, muere conmigo”, respondió. En ese momento su corazón se desacomodó y todos los recuerdos de esa vida trabajada a pulso que don Gilberto había construido desde 1964, aprendiéndolo todo desde sus inicios, se le vinieron a un primer plano.
Todo eso que cuenta sobre cómo se hacía el barniz de Pasto con los colores básicos del fondo blanco, caoba y rojo, su fascinación con esa resina gelatinosa del Putumayo que es el mopa mopa, y cómo fue aprendiendo poco a poco a hacer las listas, las guardas, las letras, las momias y los paisajes, toda esa alfabetización por la que debe pasar cualquier artesano de esta técnica tan minuciosa. También, a entender de perspectiva y de planos porque era mirando, preguntando y haciendo que se aprendía en aquellos años.
Así se fue haciendo a un nombre hasta que llegó al diseño de los bargueños nariñenses, toda una marca de identidad con el sello Granja. Óscar sabe lo que es su papá y se siente afortunado de poderle corresponder en talento y estar sumándole mercadeo, comunicación y capacidad de negociación al taller familiar. Es su manera de devolverle los años que no estuvo a su lado y que le están imprimiendo a esta nueva generación Granja un aire lleno de pasado pero con todas las miras al futuro. Porque el puente entre uno y otro sigue estando en el Galeras, como su mayor inspiración.
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