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Johnnys Alberto Pedrozo Solarte

Taller: "JOHN JOYEROS" FILIGRANA MOMPOSINA
Oficio: Joyería/Bisutería
Ruta: Ruta Bolívar
Ubicación: Mompox, Bolívar


Él tenía claro que no quería ser un “joyero de mesa”, esos que trabajan 50 gramos de oro a la semana para vender algunas alhajas el sábado y con eso saldar las deudas de la casa y tomarse unas cervezas el fin de semana. Dice que de ese estilo hay muchos en Mompox y que con ellos no se puede descubrir la verdadera maestría joyera de la filigrana momposina.

Por eso se hincha de orgullo al contar que su papá, Cayetano Pedrozo, fue de los primeros joyeros que por allá en 1980 viajó a Antioquia a trabajar el oro y así poderle cambiar a su familia la casa de bahareque por una de material. Con él se ha establecido una herencia Pedrozo que los tres hijos de la familia, y todos los primos y sobrinos han continuado.

Recuerda lo mucho que trabajaban en casa, cómo se trasnochaban y muchas veces pasaban de largo la noche para cumplir con los numerosos pedidos. Se decía que no podía darse el lujo de perder un año de colegio porque el sacrificio para darles estudio se veía a diario. Su papá le enseñó mucho de lo que sabe y todavía recuerda aquella vez que tuvieron que trabajar 10 personas en un pedido de un kilo de filigrana… baste decir que un arete pesa 5 gramos.

Pero ese padre también le vio la vena para aprender rápidamente con los ojos, por eso, un día que les encargaron hacer unas “cadenas chinas” mandó a Jhonnys para que descifrara cómo se hacían. Éste, claramente, entendió los eslabones en los que iba cogida, para luego picarla con la tijera y finalmente unir los punticos… todo lo ve posible. Pero si junto a don Cayetano aprendió durante diez años, con quien se pulió fue con Oswaldo Herrera, reconocido joyero con quien trabajó por siete años.

Tiene claro cuando Herrera llegó un día al taller de su papá y le preguntó si algún hijo lo podría ayudar con unas piezas. Esa fue la oportunidad que había estado buscando ese papá que sabe que la mejor manera de enseñar es soltando. Lo lanzó a un abismo en el que sería muy bien recibido con este maestro. Su tarea inicial fue hacer unas argollas y, a partir de allí, fue saltando todos los peldaños del saber y la paciencia hasta que el propio Herrera le dijo que ya había dado pruebas suficientes para abrir su propio taller. “Usted tiene que imitarme, igualarme y superarme”, le dijo al darle la confianza para seguir su propio camino.

Se ríe al confesar que aún está lejos de superarlo, pero sin duda sabe que lo que ha llegado a hacer con sus manos y sus compañeros de taller es excepcional y hace que la gente lo busque por los ramales, las palmitas y los animalitos que son su sello. Allí plasma lo que es para él vivir en Mompox, ese lugar del que no se iría nunca porque es tan mágico que no existe sino que se sueña con él, como lo describió alguna vez Gabriel García Márquez.




Artesanos de la ruta

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