Menu

Leonilde Peña y Esther Martínez

Taller: Tejidos de la Peña
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Casanare
Ubicación: Yopal, Casanare


Leonilde llegó a Yopal, al corregimiento de El Morro, a las afueras de la capital, hace algo más de 25 años. Nació, se crió y se casó en su natal Labranza Grande, Boyacá, pero, por cuestiones de la violencia, sus papás se trasladaron al Casanare y, desde ese entonces, se fue volviendo llanera. Cuando ya era una mujer hecha y derecha, con sus tres hijos ya mayores de edad, también por cuestiones de la vida que se lo habían impedido, se empeñó en acabar su bachillerato. Con ese empuje y sus deseos de crecer, en 2016 se dijo que le gustaría hacer un emprendimiento y así, dejar de trabajar, como la mayoría de la gente en esta región, en el negocio de los hidrocarburos.

En ese momento se encontró con Esther Martínez quien, desde sus seis años tejía por enseñanzas de su padre y, entre las dos, decidieron que el camino sería, entonces, la tejeduría. Con quien se convirtiera en su socia se trazaron el objetivo de crear un proyecto de trabajo colaborativo con mujeres cabeza de familia y de la tercera edad. Y sí que lo han logrado. Tejer le hizo recordar a Leonilde que cuando niña había aprendido croché y bordado y que era bastante buena para ello. Así que, combinando saberes y entusiasmo, se dieron a la tarea de hacer productos tradicionales del Casanare, como el chinchorro y los bolsos y mochilas en tejido de nylon terlenka, un material que garantiza la frescura necesaria para un clima inclemente como el llanero.

Para Leonilde, el chinchorro siempre fue un anhelo. Recuerda de jovencita que era famoso el trabajo que hacían los hombres tejedores de la cárcel La Guafilla, de Yopal –un oficio que llevan practicando desde hace décadas como una forma de resocialización y obtención de ingresos de los internos y sus familias–, y cómo le parecían de hermosos, pero así mismo eran costosos para ella en ese momento. Hoy, ya con el dominio de la técnica para elaborarlos, dice que valen lo que son, pues son dispendiosos a morir.

Su tamaño se mide en vueltas, esas que se le dan al marco donde se teje, y que está compuesto generalmente de tiras de diez hilos; un chinchorro estándar tiene, pues, 70 tiras, es decir, 700 vueltas. Aunque normalmente son grandes, también es cierto que el chinchorro de una persona (de 400 vueltas) es casi que un accesorio obligado de quien se mueve con frecuencia por las llanuras. Lo cargan consigo. Mientras unos descansan en esteras, el llanero lo hace en el chinchorro. Pues bien, Leonilde tiene clarísimo el momento en el que aprendió a tejerlo con Esther. Como la vida está hecha de ensayo y error, no se percataron de que el nylon tenía unas añadiduras superficiales que, de dejarse, pueden hacer reventar la hebra del hilo. De este modo, cuando lo urdieron y llegaron a la etapa del peinado de la fibra, se les reventó todo lo trabajado y tuvieron que volver a empezar. No niega que le dieron ganas de llorar y agradece el aplomo con el que Esther retomó la tarea.

Cuando lo cuenta se ríe de lo sucedido y mira con alegría todos estos años en los que no han hecho más que aprender y perfeccionar un trabajo que las ha llevado a ferias regionales y nacionales. Ya no se les enreda el hilo y hacen múltiples puntadas, empezando por la tradicional campechana, así como la punta de lanza o los rombos. Combinan colores y uno de sus chinchorros más reconocidos –que está en exhibición en la tienda La Urdimbre, de Unicentro–, es el atardecer llanero, de 1.200 vueltas, colores degradados de rojo y amarillo a negro, llevándonos al horizonte de ese paisaje hermoso. Si pasas por Yopal, no dejes de visitarlas.

No puede copiar contenido de esta página