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Leticia Gutiérrez Veleño

Taller: Joyería Leanjo
Oficio: Joyería/Bisutería
Ruta: Ruta Bolívar
Ubicación: Mompox, Bolívar


Leticia, junto a Ana y José Luis, son los herederos del saber de los Gutiérrez, orfebres de una tradición que inició su abuelo Teófilo María Gutiérrez Villanueva y continuaron su papá Vicente y sus tíos Teófilo Enrique y Ana Regina. El trabajo en metales arrancó allí, pues antes de ellos, la familia se dedicaba a la ebanistería. Los Gutiérrez tienen el privilegio de haber sido testigos de la consolidación de un oficio que ha hecho brillar a Mompox a lo largo de los años, aunque también, de ver cómo han ido desapareciendo técnicas orfebres, como el estampado, el colador y el vaciado, siendo su taller de los pocos que las preservan.

Hace memoria de lo que le contó su papá que vivió de niño, por allá por los años de la Segunda Guerra, cuando Mompox era, más que un pueblo joyero, uno herrero. Por eso, no sorprende que el abuelo, además de ser un gran dibujante, matemático y, por supuesto, orfebre, también dominara la forja. Y le creara a la familia lo que sería su sello: un inventario de más de 500 modelos de estampes que todavía hoy, con sus figuras en moldes macho y hembra, producen piezas únicas de orfebrería. También fue él quien se inventó, gracias al encargo de un cliente de Aruba, el pecesito momposino, un “señor” róbalo de 600 escamas cada una de ellas hechas a mano, cinco tamaños distintos y movimiento propio, el secreto mejor guardado de la familia y otro de sus orgullos.

Cuenta que la tradición del estampado se fue reemplazando por la filigrana, pues el primero no solo tiene más trabajo sino que cuesta más hacerlo porque usa mucha más materia prima. Para la muestra, solo oírla: “Imagínese usted, para la filigrana el metal se funde, forja, recuesta, perfila, hila, aplana, escarcha, entorcha, hace el relleno, solda, lija, sienta y listo, tome, trille”, dice como una buena maestra. Súmele tres o cuatro veces la complejidad del proceso y allí está el trabajo en estampado…

Leticia es una caja de música y es puras risas, y está convencida de que una de las máquinas laminadoras con las que cuentan en la casa desde que tiene memoria, esa que tiene dos brazos, le tiene celos o rabia porque ella siempre se portó mejor con la de un solo brazo. Su hermano le sigue la cuerda y le pide que se retire del cuarto cuando la van a usar para que se decida a funcionar. Y lo hace, para sus carcajadas.

Celebra cada día de su vida en esa tierra que tanto quiere. Sale a pasear a las 5 de la mañana, para deleitarse con el frescor y contemplar el Magdalena que bordea al pueblo. Allí, se regodea con las garzas que prefiere llamar grullas porque le resultan más elegantes y señoriales. También, para ver la pesca en atarraya que luego recrearán con sus hermanos en preciosas interpretaciones en oro y plata. Todo en ella es memoria y orgullo. Sabiduría, también. Oficio, sobre todo. Por ahora, quienes están recibiendo su legado son sus alumnos, pero quizá algún heredero llegue a la familia Gutiérrez, y eso, lo celebrarán.

Artesanos de la ruta

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