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Martha Lucía Forbes

Taller: Winmartarts
Oficio: Tejeduría y trabajo en papel
Ruta: Ruta San Andrés
Ubicación: San Andrés, San Andrés y Providencia


Ser raizal es un orgullo, dice Miss Martha Forbes. Hija del archipiélago de San Andrés, cuenta que, aunque su abuelo se llamaba Cornelio Parra y era descendiente de ancestros que llegaron de Medellín y Pereira, en la isla siempre se le llamó Míster Cornell. Como narra con cariño, ese hombre alto, y todo blanco, se enamoró de una negrita chaparra, nacida en Providencia, llamada Miss Alborda Steele, y allí empezó la historia de amor con la isla. Una historia que se cuenta en las dos lenguas maternas que allí se tienen, el inglés y el kriol, y el español.

Con esta familia se puede contar una de las varias olas de poblamiento o “colombianización” de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, que se dieron desde el temprano siglo XX, tanto por la iglesia católica como por variadas colonias de personas del territorio continental, muchos de los cuales de la costa caribe y de Antioquia, así como familias enteras de la comunidad sirio libanesa. Apenas perdido el Canal de Panamá se produjo un importante impulso nacional por sentar el arraigo en el archipiélago, y cuando se le nombró Puerto Libre, fue también un llamado por apostarle a la prosperidad.

Para Miss Martha ser isleña es hablar del mar, pero, sobre todo, de la faena de pesca, recordar a Mr. Cornell recogiendo la mantarraya o preparando las canastas para capturar los moluscos. Para ella esa es la base para entender de dónde viene la habilidad con las manos que sabe que tiene. La red es el tejido que sale, una y otra vez, en el tejido de crochet de las sanandresanas, como el de los manteles de Mercedes, su mamá, así como el patrón para los canastos, abanicos o jarrones que se hacen en palma de wildpine. Un mundo de agua salada que honra, desde la belleza de la artesanía, el alimento y la vida de toda una comunidad.

Se recuerda de niña haciendo muñecas con grassbone que, al ser una hierba dura y cilíndrica que hoy se usa para rellenar los objetos de cestería, ella, despelucándola un poquito, le servía de pelo de sus juguetes. Y luego se le viene a la memoria cuando de joven, por ahí a sus 13, jugaba en el patio de su casa con el barro finito que allí se posaba y, haciendo bolitas, las dejaba secar y les pintaba encima con pintauñas. Esos fueron sus inicios en la bisutería y un guiño total a la coquetería y la elegancia propia de la mujer raizal. Tiene grabados los atuendos impecables de sus padres y abuelos y cómo las mujeres se alisaban el pelo desde el sábado, con peinillas de metal que se ponían a calentar, para estar radiantes para cantar el góspel en la misa dominical.

Miss Rosalee Watson fue su maestra en el wildpine y, con ella, viajó por el país y el exterior llevando sus productos lindos. Como toda buena maestra la dejó volar por su cuenta, pero mantienen el vínculo del discípulo que siempre reconocerá quién lo llevó a la cima. Hoy muestra orgullosa los floreros en totumo con apliques en wildpine o los tapones de las botellas tejidos, haciendo de la decoración del hogar siempre un acto de belleza y originalidad. También incursionó en el papel maché y pinta sobre sus piezas escenas que traen a un primer plano el mar y sus atardeceres. Se sabe embajadora del wildpine y, con esa misión bien trazada, lo vuelve materia prima para presentarnos un territorio en forma de isla y con el bello nombre de San Andrés.

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