Taller: Arte Pauche
Oficio: Trabajo en madera
Ruta: Ruta Santander
Ubicación: Zapatoca, Santander
El pauche, árbol de grandes hojas verdes y de flores parecidas a la manzanilla, que pasan de amarillo a verde a morado y café, guarda un secreto debajo de su corteza: un centro blando como espuma. Crece favorecido por el frío y su olor es el de la montaña vírgen. A él llegan los pajaritos y las abejas cuando está florecido, y las mujeres que lo conocen lo siembran en creciente y podan sus varas en menguante, le quitan la cáscara y dejan que se seque su abundante agua. Con él tallan los famosos bizcochos de su pueblo Zapatoca, y las aves de la vecina Serranía de los Cobardes, toches, azulejos, canarios y cardenales.
No es una coincidencia que las Bueno, mujeres talladoras del corazón del árbol, vengan de un linaje de mujeres conectadas con los ritmos y saberes de la naturaleza, conocedoras de los secretos que las han convertido en parteras, sobanderas y sabias de los beneficios de las hierbas. Empezando con María Elena Solano, cuyo padre producía en pauche los corchos con los que antiguamente se cerraban las botellas del vino Santandereano, y quien ya de adulta instruyó a su hija Nohema en las artes de la talla, la partería y la cocina sabrosa. Se la llevaba de nueve años cuando atendía a las parturientas, poniéndola a hervir el agua con la que bañaría al recién nacido. Cuando cumplió los 14, le enseñó a atender un nacimiento, y dice Nohema que eso es lo más hermoso que le ha podido pasar en la vida, ayudar a traer al mundo a un ser del que nadie sabe cómo llevará su vida, con la única certeza de que llegó bien.
Cuando fue su turno, Nohema formó su familia junto a Crisanto Bueno Parra, agricultor del café y del cacao, le enseñó a su descendencia, repartida entre Bucaramanga y Zapatoca, a trabajar el pauche, e instruyó a una de sus hijas para que aprendiera a sobar. María Belse, hija mayor, recuerda las ganas que le daban cuando era una niña de llevarse las frutas y pancitos de pauche suavecito a la boca, clavarles las uñas o la muela. También recuerda el trabajo que le costó pasar de lijar las creaciones de su madre, las arepas, huevos, quesos, brazos de reina, panderos y panes de dulce, a tallar las propias. Empezó desde pequeña con manzanas y peras. Más tarde, cuando vio la necesidad de aprender a tallar las piezas insignia de su madre, sí que le costaron trabajo los pájaros. Al principio se les partía el pico o la cola, después, con la práctica, le quedaron tan buenos como los de Nohema.
Creciendo, Maria Belse vio a su madre salir sola a vender sus tallas, asociarse y viajar con un grupo de mujeres artesanas a Cartagena, Barranquilla, Bogotá y Calarcá, recomendar la venta de sus piezas con sus conocidos en otros pueblos, y moverse de feria en feria. Aprendió a recoger el material silvestre y vivió el tiempo en que las instituciones ambientales intentaron prohibir su uso, sin entender que la poda beneficia al árbol, y que el uso que le daban los campesinos nunca fue depredador. Y si bien María Belse trabajó en otras cosas, como auxiliar de cocina, recorriendo el municipio de pies a cabeza como profesora suplente, y cuidando enfermos, en lo que fuese que hiciera, siempre la acompañó el pauche. Ahora, entregada a su oficio artesanal, honra en vida a su madre con más de sesenta años de experiencia, trabajando mano a mano con ella y empapándose aún de sus muchos secretos.
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