Taller: Taller escuela Olivia Carmona museo vivo
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Bolívar
Ubicación: San Jacinto, Bolívar
Olivia se remonta a tiempos pasados. Mucho más lejanos que los de su abuela Francia Helena, su mamá Cristina del Socorro o su tía Rosalía, que fueron las que le enseñaron el arte de la tejeduría de hamacas. Habla de los indígenas zenúes que, en uno de sus tres cacicazgos, se asentaron en estas tierras de San Jacinto a cultivar el algodón con el que comerciaban y hacían mantas para que la cacica se cubriera. También cuenta cómo, por años, los colonos, campesinos de la zona, usaron las hamacas como medio de transporte para sacar a los enfermos del monte y de las fincas más remotas.
Todo lo que sabe lo había escuchado, al ser a suya una tradición oral que se ha dedicado a mantener el legado y su historia vivos, hasta que el investigador Abel Viana se puso a la tarea de recopilar las costumbres del folklor sanjacintero, así como la tradición de las artesanías. Escrita y recopilada le resulta increíblemente poderosa tanta historia.
Olivia ha sido testigo del cambio de los tiempos, cómo es que sus abuelos y padres tejían por el sustento del día, sin tener muy claros ni costos ni ganancias, para ser conscientes de que hoy este oficio es la economía de San Jacinto y que, como tal, lo deben proteger produciendo las más bellas hamacas, así como dominar su proceso, materia prima y comercialización.
Pero, sin dudarlo, sabe que una de esas formas de cuidar lo que les da de comer en el pueblo es enseñar, y eso lo hace muy bien. “Nosotros nos tenemos que ir vacíos, y todo lo que tenemos lo tenemos que dejar”, dice con la seguridad que le da la experiencia, por eso su taller está lleno de aprendices de los que se hincha de orgullo y con los cuales se deja contagiar por sus impulsos juveniles e innovadores de productos.
Mientras teje va contándoles historias, alegres y otras no tanto, pero que dan cuenta de lo que la vida es. Esos recuerdos de cuando su abuela se iba a cultivar tabaco para, luego de la cosecha, ponerse a tejer y así tener con qué alimentarlos a todos. O cómo su mamá, apenas iniciando su hogar, tejía cada noche una fajita para comprarle la leche a su hermano mayor. Se hizo a pulso, como tantas artesanas más.
Sonríe al recordar cómo, por ser menor de edad, tuvo que conseguirse un padrino para que la dejaran trabajar y pedir trabajo. Y así, con esas ganas de ayudar a su familia, conseguía los hilos con los que tejían para salir adelante. Tanto era lo que tenían que hacer en casa que tuvo que validar el bachillerato años después, para luego estudiar Artes Populares. Celebra que ya pasaron los tiempos tristes en los que los carros pasaban sin frenar por el pueblo porque daba miedo parar allí. Hoy, al revés, es una parada obligada y feliz. Y colorida, cómo no.
No puede copiar contenido de esta página