Taller: Tejidos Rebancá
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Paipa - Iza
Ubicación: Iza, Boyacá
A ver, ¿por dónde empezar cuando se carga tanta historia? Podría ser por ese segundo nombre, Arjusto, que le pusieron en honor al rezandero llanero que le quitó la serpiente que dormía encima suyo cuando era apenas un bebé, por allá en Lejanías, Meta, donde nació. O por Silvino, que podríamos creer que se lo pusieron por su abuelita Silvia, pero no, fue por su papá, Silvino, a quien perdió cuando tenía siete años, y por quien terminaron en los Llanos pese a ser boyacenses, por amistades con el Cholo Valderrama. Otra forma de contarlo también podría ser por la tía Rosalba, quien lo bañaría en hierbas para quitarle el frío de muerte que le habría pasado su papá al alzarlo luego de haber ayudado a una persona antecitos de morir… Finalmente, su historia podría pasar por esa madre suya, Ana Rosa Molina, que hoy en la mitad de sus setentas sigue enterita y recia, siempre recia, y es su ejemplo de valentía, pues criar sola a siete muchachitos se merece el respeto de cualquiera.
Y aunque podríamos tirar la pita por cualquiera de esto relatos, nos vamos a ir por el de su abuelita, Ana Silvia Rincón, madre de 16 y la mujer que lo inspiró para hacer del tejido su vida y otro de sus motivos de orgullo pues fue una de las primeras ganadoras, luego de tanta devoción a los hilos, de la Medalla a la Maestría Artesanal. Silvino recuerda que, en su casa, desde siempre, se tejió. La abuelita hilaba y le enseñó a su descendencia que donde hay lana no hay hambre. Con todo, no era un oficio que diera lo suficiente para vivir, sino que todos lo hacían luego de largas jornadas de trabajo y para no quedarse quietos después de las seis de la tarde… porque como bien repite lo que aprendió en la infancia: “en el campo, a uno no lo enseñan a estar cansado, ni a tener estrés, ni a estar deprimido”. Quizá por eso, y, aquí otra historia, cuando trabajó como vigilante por 18 años, usaba sus tiempos muertos tejiendo. Pero, aunque el oficio lo llevaba en la sangre, en realidad solo hasta que estudió Diseño Textil, entendió que lo que hacían sus ancestros tenía un valor incalculable. Y recogiendo entonces el amor por la lana, aprendió de telar vertical y horizontal, a manejar dos agujas, ganchillo, telar pequeño, y malla.
Recuerda, con un suspiro, de cuando iba al colegio con la maletica en ganchillo que les hizo su mamá a él y sus hermanos, porque se le salían las cosas por los huequitos, pero ahora entiende lo duro que fue todo para ella. Y lo bien que lo hizo. Lo bien que lo hicieron estas mujeres fuertes que lo fundan. Tejidos Rebancá nació así en 2016, mucho después de todo esto que estaba empezando a entender en la vida, y tomó ese nombre, justamente en homenaje a esa abuela que crió a sus 16 hijos a punta de vender semillas de rebancá, esa matita para alimentar pajaritos con la que se reconocen todos los boyacenses porque, además, el carranguero Jorge Veloza le compuso unos versos.
Con Rebancá, Silvino ha logrado darle el valor que se merece al oficio de la lana. Se prometió no dejar que a su abuela y madre le pagaran un día entero de trabajo por menos de lo que cuesta una hora. Por eso, hoy les paga a sus hilanderas buenos precios y, con ello, está impactando la calidad de vida de 50 familias vecinas de Iza, el pueblo donde se terminó asentando con su socio Francisco Gómez, amigo con el que le imprimió al negocio, moda, estilo y especialización en tinturados naturales. Trabajan con diez personas en su taller y están reactivando siete talleres más en el pueblo, todo para volverle a dar a Iza la trascendencia que tuvo antaño: de allí salían todas las cobijas de Colombia. Era una tierra tejedora por excelencia y en cada casa había por lo menos tres telares. Hoy lo reconforta estar empezando a oír de nuevo su sonido y la reactivación del oficio de la tejeduría. Para él, que otros jóvenes lo vean triunfar se ha convertido en una inspiración para que las nuevas generaciones se animen a vivir entre lanas.
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