Casco Urbano de Puerto Nariño
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Es la abuela de Puerto Nariño y, por tanto, venerada y querida. Es una mujer generosa y entregada a la hora de contar la historia de este pueblo Tikuna, descendiente de Nutapa y de sus hijos Yoi, Mowacha, Ipi y Aikia. Le gusta hacerlo y, de hecho, se lo ha impuesto como una manera de preservar su identidad étnica, cantando y danzando cada mito representado en algún símbolo de la naturaleza.
Puede dibujar los muchos muñecos que simbolizan sus creencias y que hábilmente realiza en fibra de yanchama sentada en el piso de su taller, en donde es fácil encontrársela enrollando la chambira con los dedos en su pierna izquierda. Por supuesto, no son solo muñecos, sino que cargan el espíritu de la naturaleza y tienen usos muy específicos, varios de los cuales, proteger a los hombres que van de cacería para que el tigre no se los vaya a devorar, o para encontrar el camino si es que llegaran a perderse en la oscuridad de la selva.
Muchos de ellos también acompañan a los niños, y los protegen. Todo lo que hace con sus manos es un canto a la vida y así se le rinde tributo, haciendo niños boa o haciendo partícipes de sus fiestas a la rana, la libélula, el curupira, la mariposa, el oso hormiguero, el picaflor, el mico, el tapir, la anguila, la guacamaya, la sirena, la grilla, la avispa… cada uno tiene una figura y una historia que merece la pena ser oída a través de su cálido canto.
Aunque Alba Lucía creció a orillas de la quebrada Totumo, muy cerca de Nazareth, se fue muy tempranamente a Puerto Nariño con su abuelo y allí engendró a su familia. Aprendió el arte del tejer de la mano de su madre, quien hacía los canastos con los que recogían la piña, la yuca, el ñame y el plátano de la chagra familiar y quien le enseñó a hacer los cernidores con los cuales hacer la chicha y el masato. También, muy velozmente, entendió cómo la vida se mece, descansa y procrea en la hamaca tejida con las manos. Y que mientras se elabora la fariña, la yuca que los alimenta, se sigue tejiendo, y con el tejido siempre está el canto.
Vive y trabaja junto a su esposo Leonardo, él del clan Paucara mientras ella es Cascabel, y quien como ella, también se ha consagrado al oficio artesanal. La gente de todas las edades la busca para que les enseñe a tejer en yanchama y chambira y para conocer, de su mano, cómo es que se extrae la fibra en la chagra, cómo se le quitan las espinas a la mata, se lavan los cogollos, se tuerce y se seca. Ella, sin temerle al tiempo que emplea contando su mundo, lo preserva.
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