Taller: Aves de madera
Oficio: Trabajos en madera
Ruta: Ruta Atlántico
Ubicación: Puerto Colombia, Atlántico
Por años, la madera le estuvo coqueteando a Ángel Paternina, y él, ignorándola. Volvía a ese oficio con el que tuvo contacto desde joven entre trabajos o en sus tiempos libres, pero tuvieron que pasar muchos años antes de que él tomara la decisión de dedicarse a las artesanías a tiempo completo, y así nunca más tener que andar buscando empleo. Una vez la aceptó, él y la madera se hicieron bastante amigos.
Todo había empezado en su infancia. Vivía con sus padres en una finca en Sucre, cerca de Colosó, y la madera se usaba para todo, empezando por las cocinas para las que era el combustible. Ángel estaba encargado de ir a buscarla, por lo que fue aprendiendo el nombre de los robles, ceibas, carretos, uvitos, campanos y cedros, estos últimos usados para las camas y muebles. Le aprendió a su padre lo de carpintero empírico y en la adolescencia descifró la forma de los trompos con el machete, con lo que se hizo sus primeros pesos vendiéndoselos a otros niños.
Ya de adulto, se mudó al Atlántico y trabajó en lo que le saliera. Hasta que un día no hubo más empleo que vender las artesanías de otros talleres. Entonces recordó que él ya conocía ese mundo, y se le metió en la cabeza la idea de tener su propio emprendimiento y vender sus propias creaciones. Llevaba un tiempo acumulando los trozos de madera que encontraba en la playa, haciendo caso omiso a los que le decían que no la usara porque esa madera no era confiable. Pero él, confiado en su conocimiento, escogía y guardaba los trozos en su patio, sin saber muy bien con qué fin. Cuando por fin empezó a usarla se llevó una sorpresa, al cortar o lijar un trozo de madera náufraga, igualada por el agua dulce y salada, sale a la luz su verdadero potencial. Tenía en su patio, sin saberlo, la misma ceiba y campano con los que había aprendido a trabajar de niño, sus viejos amigos. Cuando empezó a hacer sus piezas se dio cuenta de que gustaban, de que se las compraban, y eso lo entusiasmó muchísimo.
Una vez se entregó a la madera le llegó la pieza faltante, la inspiración. Se le ocurrió hacer aves de su región, las guacamayas y los tucanes que conocía. Recordó, entonces, que su abuela, Juana Flórez, criaba guacamayas y loros en la finca donde vivían, y recordó cuánto le gustaban sus colores de niño y caminar por todo lado cargándolas en la mano de lo dóciles que eran. Entonces se propuso hacerlas tan bien que parecieran vivas, y así fue cómo llegó a sus hoy populares aves talladas, a las que les hace las plumas, una por una, con la viruta de la misma madera. Y aunque por muchos años trabajó solo, porque este ha sido un camino de lucha y de persistencia, ahora cuenta con tres ayudantes y aprendices junto a quienes ha hecho productivo el proceso de tallar, lijar y pintar su bandada de aves caribeñas: palomas tierrelitas, garzas reales, martines pescadores, mariamulatas y, por supuesto, los tucanes y guacamayas de sus inicios como tallador.
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