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Gloria Martínez Silvera

La laguna de Tocagua está llena de vida. En sus verdecitas aguas dulces, que cuando llueve se aclaran, nadan morrocoyas, bocachicos, cachamas y gallitos, y a sus islas llegan a dormir las garzas al atardecer. En sus orillas crece una planta que, además de servir de escondite a los peces y de casa a los grillos, le ha servido de material a varias generaciones de artesanas y artesanos: la palma enea. Como tantos en el pueblo, Gloria Martínez aprendió a usarla. Bastaba con acercarse a la laguna para cortar y recoger esta planta acuática parecida al junco, que se secaba por ocho días y se clasificaba para hacer ese objeto tan importante en su pueblo, las esteras, colchones livianos y fresquitos para dormir en el calor de la costa. Gloria cuenta cómo desde niña aprendió a amarrarlas, anudando sucesivamente las tiras de enea hasta completar las esteras, estudiando por las mañanas y anudando por las tardes para poder pagarse la merienda y los cuadernos del colegio. Fue su madre quien le enseñó a venderlas en Cartagena. Salían los viernes con los bultos de a diez esteras amarrados a la cabeza y volvían el domingo después de haberlas ofrecido y vendido por las calles de la ciudad. Hacían, además, esteras para las bestias con el junco, tan parecido a la enea. Para hacer rendir el material, hacían rollos de junco macho y los envolvían con junco hembra. El junco hembra, por su suavidad, protegería a los burros y las mulas de la aspereza del junco macho que podría cortarles el lomo. Así, se hizo una vida dedicada al oficio artesanal.

Años después llegó la innovación, tomaron talleres en los que aprendieron técnicas distintas del amarrado: el trenzado, que ya practicaban con su pelo pero que no habían ensayado con la enea, el entorchado y el rollo. Aprendieron, además, a tejer sobre estructuras metálicas después de haber usado exclusivamente la madera, nunca el metal, para hacer, por ejemplo, las bases de las camas sobre las que extendían sus esteras. Las bases metálicas les sirvieron para hacer canastos de todos los tamaños, tan lindos y populares que al día de hoy son el producto principal de Gloria. Las esteras, por lo tanto, pasaron a ser hechas bajo pedido, sin haber perdido su calidad, pues se mantienen suavecitas y cómodas. Sin importar lo que haga, Gloria sabe que el truquito está en tratar a la enea con cariño, suavizarla con las manos como consintiéndola para que no se doble ni se quiebre, para que permanezca tan derechita como recién sacada del agua.

Además de darles la enea, la Laguna de Tocagua les da peces. Tanto Gloria como su esposo son pescadores. Ella, además de pertenecer a una asociación de artesanas, pertenece a la Asociación de Mujeres Pescadoras. Fue su abuela quien le enseñó a cocinar, empezando por el arroz, que le enseñó a lavar y cuidar con tanta delicadeza como a las hojas de enea, ponerlo en el caldero, probarle la sal, y ponerle el agua y el aceite. Lo que siguió fue el pescado, que hoy sigue preparando según la tradición de su abuela: con coco, frito, guisado y en viudo. Cuando la visites, asegúrate de reservar el almuerzo con su asociación y, si vas a principios de noviembre, de asistir al Festival del Pescado y acompañar cada plato con una arepa de huevo típica.

Artesanos de la ruta

Artesanos de la ruta

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