Taller: Artesanos Palma De Seje
Oficio: Cestería
Ruta: Ruta Córdoba
Ubicación: Ayapel, Córdoba
Para Heriberto el sol lo es todo. También sabe que será la naturaleza la que dictará la norma y no nosotros los hombres los que podamos cambiar el curso de las cosas. Esa luz solar, con su calor e intensidad, será la que decida de qué color será la fibra de la artesanía en palma de seje de Ayapel. No hay de otra. Apenas empezando sus treintas, este artesano cordobés sigue este precepto como su manifiesto vital y cuida y quiere esa materia prima que hizo que el nombre de su pueblo, y el de su corregimiento de El Cedro, municipio de Ayapel, se volviera una referencia en el mapa cultural de nuestro país. Que la gente sepa que en ese punto de la geografía colombiana hay una palma de ojos coquetos que sobresalen como un nombre propio y con la que se tejen canastos, lámparas y todo cuando podamos imaginarnos, lo llena de orgullo y le ha dado no solo a él, sino a la gran familia artesanal que es su comunidad, una razón de ser.
Sabe que su oficio de tejedor no nació de la tradición, pero quiero volverla una. Recuerda que desde niño le gustaban las artes, era bueno para el dibujo y la pintura y cuenta con alegría cuando se le midió a hacer pajaritos en las semillas de totumo. “El arte, Dios nos lo regaló”, dice contento. Era tan claro que el trabajo manual le gustaba tanto que cuando al pueblo llegó el anuncio de que estaban buscando voluntarios para talleres artesanales, una vecina le dijo que esa convocatoria estaba hecha como para él. Él dudó y dijo que eso seguramente ya estaba decidido y no fue.
Pero el destino está ahí para que lo sigamos, así que lo terminaron llamando y allí sí fue, con tan buena suerte de que dio con unos compañeros de curso con los que hizo clic de inmediato, al punto de que no solo se volvieron sus mejores amigos, sino que terminaron trabajando juntos.
Su taller es familiar pues les logró transmitir a los suyos su emoción por la tejeduría en palma de seje. Sus hermanos mayor y menor le ayudan doblando las varillas y tejiendo y sus papás se encargan del secado de la materia prima. Todos se metieron de lleno en esta artesanía que cada día tiene más admiradores. Pero allí no se acaba su estela. Sabe que también les da trabajo a otros miembros de su comunidad, a su cuñada, a su prima y su marido y hermana, así como a tres cortadores de ramas que le proveen de material, esos a que nombra como su familia también.
Todos han ido aprendiendo a trabajar la palma y a distinguir el seje de las otras fibras, como la de coco o el milpeso, por ejemplo. La sabe diferenciar por los “huequitos” que tiene, y por el color caramelo y chocolate que sobresale en sus ramas. De ahí la importancia del sol, porque será éste el que determine, en el secado, si la palma tendrá el color que la caracteriza o, por el contrario, se ennegrece tanto por el exceso de humedad, que la echa a perder. Lejanos son esos días en los que, cuando apenas empezaba a aprender, nada que lograba sacar las piezas en seje, y tuvo que desbaratar dos y tres veces sus tejidos para que fueran tan pulidos como lo son hoy. Le da pena contar que hasta pateó una bandeja de la rabia porque no lograba darle el acabado. También confiesa cómo muchas de sus compañeras lloraban porque no obtenían los resultados esperados cómo él, varias veces, pensó en hacerlo. Ya en retrospectiva, solo agradece los regaños recibidos y la exigencia de la perfección pues eso es lo que lo tiene donde está hoy. Aprendió de paciencia y de persistencia.
Desde 2015 empezó a ir a las ferias artesanales, empezando por Expoartesano. Aunque ya domina el oficio, sabe que el aprendizaje es infinito y que es la propia artesanía la que indica el camino a seguir, solo hay que saber mirar lo que la naturaleza le está señalando para hacerlo. Y seguir su consejo.
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