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María Delfina Mosquera

Taller: Artesanías Afro Q
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Chocó
Ubicación: Quibdó, Chocó


María La Paz. Ese es el nombre de la persona que le enseñó a María Delfina a querer la artesanía. Lo recuerda claro y fuerte y la lleva a su infancia, cuando tenía 12 años y vivía en Boca de Apartadó, municipio de Río Quito, Chocó. Cuenta que en ese entonces llegó a su casa una india enferma en busca de cura y que como su mamá era curandera, allí se quedó para que la aliviaran. Estuvo con ella y su familia durante cinco meses y María Delfina se encariñó muchísimo con ella. Recuerda que apenas se sintió alentada, María la Paz salió a la selva en busca de iraca para tejer, así que se sentaba a mirarla hacerlo, fascinada. Y le fue cogiendo el gusto a ese trabajo lindo de cestería que hacía. La acompañaba en sus correrías en busca de la materia prima y se lanzaron, ella y sus otras tres hermanas, a dar sus primeras puntadas. “Esa india es una belleza”, se apura a decir, recordándola. Agradeciéndole.

Y así fue que aprendió a tejer canastos. Por años, con otra hermana, su cuñada y su mamá, se dedicaron al oficio y salieron adelante gracias a una clienta que les garantizaba la compra permanente de la producción de sus papeleras; hacían veinte al día y surtían el pedido quincenalmente. Vivió de esta manera por más de una década y, en ese transcurso, fue madre de cinco hijos, tres mujeres y dos hombres. Una de sus hijas, Silvia, hoy en día la acompaña en las labores artesanales y sus nietas tienen la vena curiosa por las fibras naturales y ya están dando sus primeras puntadas.

María Delfina cuenta también que, en sus inicios como artesana, aprendió a teñir la iraca con flor de hibisco, coloreando de un rojo intenso la fibra. La mezclaba con barro blanco, la enterraba y al haberse fijado con la tierra se lavaba bien la fibra y se dejaba secar. Aunque el resultado era bello, era un trabajo dispendioso que terminaron abandonando, decidiéndose a solo producir sus artesanías en color natural. Solo hasta hace muy poco volvió a teñir.

Además de canastos en iraca aprendió a trabajar la damagua. Con esta fibra, extraída de la corteza de un árbol que vive entre pantanos, se dedicó a hacer flores, como heliconias y girasoles. Se las enseñaron a hacer en un taller dictado por el Sena y, confiesa, que durante unos buenos años prefirió hacer estas flores que tejer canastos. Le gustaba que le rendía mucho haciéndolas y que le quedaban muy pero muy bonitas. Pero la cestería regresó, como clamándole que no la abandonara. Y volvió a ella… salvándola.

Lo dice porque, en medio de las mil vueltas que da la vida, le diagnosticaron un cáncer de seno. Fuerte como es esta mujer fuerte, no se aplacó y, en su lugar, cogió el toro por los cuernos. Como tenía un compromiso con la feria artesanal Expoartesano, en Medellín, decidió mantenerlo y, así, tejía en las tardes mientras le hacían la radioterapia y por las mañanas salía al stand a atender a su clientela. Esa disciplina la distrajo de la incertidumbre y del miedo y la concentró en un presente que la curó.

Y es que mucho ha pasado en estos últimos tiempos en la vida de María Delfina. No solo atendió exitosamente su enfermedad, sino que, en plena pandemia recibió una formación en diseño, dictada por Artesanías de Colombia, que siente que la puso en otro nivel. Pulió su producto y aprendió a hacer nuevas puntadas, cuenta, y volvió a usar los colores que tanto le gustaban en su juventud pero que había dejado de utilizar. Aunque dudó por un instante en recibir esa capacitación virtual, ¿Qué va a enseñarme este señor?, se preguntó, soberbia, luego reconoció que fue lo mejor que pudo haberle pasado, pues “uno nunca sabe todo”. Hoy, con más de cuarenta años como artesana disfruta aprendiendo nuevas cosas, siempre curiosa y sonriente, agradecida con ese Dios que le dio una segunda oportunidad.

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