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José Félix Murillo y Luz Mila Benitez

Taller: Choiba Chocó
Oficio: Trabajos en madera
Ruta: Ruta Chocó
Ubicación: Quibdó, Chocó


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  Calle 30 # 13-72 barrio Santa Ana parte baja Quibdó, Chocó
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Con famosos dichos podría uno describir a esta familia. Por un lado, aquel de “familia unida jamás será vencida”, que parece ser la consigna de Los Murillo, quienes le siguen la pista al talento del padre, José Félix. Por el otro “detrás de cada gran hombre siempre hay una gran mujer”, refrán que le aplica perfectamente a Luz Mila, quien, cuando se le pone el foco encima, brilla solita y sin esfuerzo, lleva las riendas de la casa y la conversación y le pone las palabras al relato familiar, recuerda los orígenes de su esposo y los colma de detalles que revelan lo mucho que llevan juntos y lo tanto que han trasegado entre risas, complicidades y las admiraciones que los definen.

Los Murillo son oriundos del corregimiento de El Aguacate, en la región del San Juan, vecinos del río Condoto, en el Chocó. José Félix tiene un recuerdo lejano de que una de sus bisabuelas fue indígena, razón por la cual llegó la tejeduría en palma de iraca a la estirpe familiar; algunos de los suyos heredarían esos conocimientos ancestrales. Los canastos que tejían las mujeres servían para recoger el ñame o para hacer trampas para los pescados, “el ahorro”, como las llaman. También para elaborar los abanicos o “pepenas”, con los cuales avivar el fuego de las estufas. Vemos así, que la artesanía era, como lo ha sido para tantas personas en Colombia por décadas, un objeto utilitario de la vida cotidiana.

En medio del relato aparece otro oficio: la talla en madera. El papá de José Félix hacía los botes y las canoas con las cuales atravesaba el Condoto. Además, la pareja cuenta de sus primeros trabajos en las minas, recogiendo oro en tierra del abuelo. Para ello utilizaban las bateas de madera con las cuales se surcan las aguas en busca del preciado metal. José Félix las aprendió a hacer y Luz Mila precisa que deben ser de palo fino, como el guamo o el cedro caracol, pues debe ser resistente al agua y a las piedras, de lo contrario “se raja si es blandita”, asegura.

Son un coro estos dos esposos. Se van complementando el uno al otro. Él la mira y sonríe, sabe que ella le saca las palabras que a él le salen más lentas. Pero cuando abre la boca lo hace con firmeza, alegría y experiencia. La deja contar, como cuando ella recuerda cómo es que la artesanía se les siguió apareciendo en la vida, ya para quedarse. Todo fue por culpa del cucharón, dice sonriente esta esposa sonriente. Estaban en plena recolección de oro, un grupo grande se intuye, porque iban a cocinar tres libras de arroz al fuego, cuando se les rompió el cucharón de metal para revolverlo. Luego del pequeño drama de no tener cómo hacer el almuerzo para tantos, salvó la patria José Félix quien apareció con un pedazo de palo tallado y listo para la labor. Sacó un cucharón como su papá hacía las canoas: a punta de machetazos. Ese, se lo dijeron luego, es un oficio y se puede vivir de ello. Como en efecto sucedió al haber tenido que abandonar la minería por cosas de la violencia. Pero, esa, es otra historia.

Ya en Quibdó Luz Mila recuerda haber caminado por las calles vendiendo las cucharitas, cucharones y objetos de madera para la cocina que hacía su esposo. También, tiene claro el día en el que, mientras estaba en una ferretería entregando un pedido, un diseñador de Artesanías de Colombia la interceptó para preguntarle quién hacía semejante producto. De eso hace ya casi una década. José Félix trabaja madera de guamo, de choibá, de cedro caracol y de chonta. A cada una le saca sus más lindas vetas y las hace sobresalir. Luz Mila las termina y brilla con cera de abeja y linaza para que se puedan utilizar en la cocina con todas las de la ley. Sacan ensaladeras y tablas grandotas, contenedores, bateas y bandejas y saben que sus mejores diseños se los ilumina el Señor, de quienes son devotos. Y así pasan los días, agradeciendo que la vida los juntó.

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