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Adriano Corrales Cuesta

Taller: Ebanistería Yadi
Oficio: Trabajos en madera
Ruta: Ruta Chocó
Ubicación: Quibdó, Chocó


AGENDA TU VISITA

  Barrio Samper, sector La Caceta, Quibdó, Chocó
  3128217863
  corralescuestaadriano@gmail.com
  @adriano.corralescuesta

La vida de Adriano comenzó en el agua y, después de mucho tiempo, regresó a ella. Basta oírlo narrando esa memoria infantil de juegos en el Río Atrato, haciendo botecitos en balso para jugar con sus amigos, para saber lo importante que fueron aquellos tiempos. Cuenta que les ponían hélice y los engallaban para ver qué bote era más bonito. También, que esperaban con ansia que del río bajara algún tronco, o poder extraer algún trocito de los que dejaban abandonados los indígenas que llegaban a su pueblo, para luego manipularlo ahuecándolo con algún cuchillo, claramente, a escondidas de los papás. Tan no sabía del peligro de las cosas que se cortó al ponerse a cortar la madera con cuchillo sobre los pies.

Sin embargo, ese gusto por la madera se le quedaría pegadito a la piel y serían muchas vueltas las que daría para volver a su pasión y, hoy, oficio. Como vivía en el corregimiento de La Boba, a veinte minutos en lancha rápida del municipio de Bojayá, tuvo que trasladarse a Buchadó para cursar sus estudios secundarios. Luego, para finalizar la escuela, tendría que llegar a Quibdó. En medio de ello, pasaría el horrible episodio de la masacre de Bojayá, ese 2 de mayo de 2002, que marcó la historia trágica de esta zona del Chocó. Cuando habla de ello narra lo duro que fue perder a tantos conocidos y el padecimiento que significó ser desplazado, pues en lugar de solidaridad, todos sus coterráneos recibieron injustas estigmatizaciones.

Pero volviendo a su camino artesano, regresemos a sus tiempos en Buchadó. Tiene claro que ese trabajo en madera lo seducía, pues cuando salió del colegio, vio a un hombre tallando con delicadeza esas pieles vegetales y se le quedó, absorto, mirándolo. Era como un espía. Tímido como es, no se atrevía a hablarle, así que lo observaba todo con detenimiento, intentando entender cómo movía las manos y lograba sacar las figuras que lo hipnotizaban. Solo podría, años después, cuando ya había aprendido de ebanistería en el Sena, decirle que, de niño, se le quedaba mirando y que había sido él quien lo llevó a la madera. Pero, de nuevo, llegar a ella, no sería inmediato. Mientras terminaba sus estudios de bachillerato, trabajaba en lo que le permitiera ayudar en su casa de nueve hermanos. Vendía paletas y mecato en la calle y también se le midió a la construcción. Pero era tan sofocante ese trabajo al sol, que cuando vio que se abría un curso de talla en madera en el Sena, no dudó en inscribirse.

Como si el destino se le hubiera parado enfrente, el profesor lo puso de monitor. Y aunque pocos le paraban bolas “al pelaíto”, éste fue fortaleciendo sus conocimientos al punto de que su maestro le ofreció trabajar en su taller mientras él se iba de correría por el departamento. Eso le dio para empezar a vivir de su oficio, primero, y por bastante tiempo, haciendo muebles. Justamente tiene un recuerdo mezclado con llanto porque la cama en la que quería que su papá yaciera en su último aliento de vida, no alcanzó a llegar a su casa. Ese será su pendiente, pero también, el impulso que lo llevó a consagrarse en la talla en guamillo y canelo, maderas claras y suaves con las que ha logrado explorar su faceta de artesano. Esa que lo regresa a la niñez, pues, al iniciarse en el diseño, no solo recordó lo mucho que le gustaba pintar, sino que volvió a las barquitas chocoanas, a sus champitas, integrándolas en sus tallas, haciendo ensaladeras y contenedores para los snacks. Un regreso a su alegría y la recompensa a su entrega por un oficio que desde siempre le dijo que lo quería como exponente.

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