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Sandra Jaramillo Tobón

Taller: Tejidos Pallay
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Antioquia
Ubicación: Medellín, Antioquia


La de Sandra Jaramillo es una historia de encuentros. Empezó cuando, justo después de terminar su carrera en ingeniería civil, decidió irse de viaje por Sudamérica. Se fue en busca de algo, sin saber muy bien qué, y se encontró con el tejido, conocimiento que le fue ofrecido por las manos de comunidades indígenas de la región andina. Arrancó en el 2005 con 300 mil pesos en el bolsillo y resultó regresando a su natal Medellín tres años después.

En el camino se encontró con los tejidos de Pisac, en Perú, con los de los Yampara, en Tarabuco, Bolivia, y en Argentina con los tejidos mapuche y la escuela de tejido artesanal de Salta. Aprendió a tejer en lanas de oveja y alpaca, con hilos de algodón, algunos teñidos de forma natural según la tradición boliviana, y a hacer distintos trenzados utilizados para los cordones de los aperos de los caballos. Aprendió, además, a decir pallay, esa palabra en quechua que se utilizaba todo el tiempo para hablar del tejer y de las cosechas, y que ella misma usaría para nombrar su marca en el futuro. Estando en contacto con las comunidades indígenas que la recibieron, llegó a entender lo que había detrás del tejido. Más allá de la técnica estaban los diseños, expresiones de las cosmogonías de cada pueblo,y los símbolos, que veía repetidos en los tejidos y las ruinas arqueológicas que iba conociendo.

Fue como haberse encontrado cara a cara con su ancestra tejedora. Sintió una conexión que le brotaba desde el alma y que no dejaba espacio para la duda. Supo que había hecho lo correcto cuando empacó maletas y siguió su corazón hacia otras tierras, y luego se vino a enterar de que su abuelo paterno tenía una fábrica de telares en Yarumal, de la que no quedó rastro después de un incendio, y recordó las veces que vio a su abuela paterna tejer muñecas en crochet. Todo tenía sentido.

Al regresar de tremendo viaje, naturalmente, ya no tenía ganas de ejercer la ingeniería. Le había cambiado la vida después de descubrir que para viajar no necesitaba millones, que le bastaba con sus saberes y su fé. Se las había arreglado dictando clases de matemáticas y geometría en escuelas locales y había encontrado, en el tejido, una manera de moverse y de relacionarse. Había encontrado, en últimas, su forma de vida.

Así que llegó decidida a dedicarse al tejido. Se mudó a Santa Elena y se dio a la tarea de ponerse en contacto con las mujeres del municipio, quienes se convertirían en su equipo. Devolviendo lo aprendido, Sandra les enseñó a tejer a las que lo necesitaban, y se apoyó en las antiguas trabajadoras de un taller de telar que había existido en Santa Elena, quienes con sus saberes fortalecieron la calidad de las telas de Pallay dando paso así a la exploración de nuevos diseños. Confirmó, al hacerse su propio equipo, que las conexiones que se crean con el tejido van más allá de lo práctico, pues al dedicarse a este oficio se está escogiendo un camino que requiere de paciencia, confianza y constancia, y pudo ver, tras años de trabajo, los valiosos frutos del salto al vació que tomó hace casi veinte años. Tuvo también la oportunidad de regresar al Perú para cumplir un pendiente, estudiar en Lima con el maestro del tapiz Máximo Laura.

Hoy sigue tejiendo con su equipo de cinco personas. Hacen prendas, cortinas y tapetes usando las técnicas que aprendió en ese viaje revelador, con cuidado de no caer en la peligrosa apropiación cultural, pero sabiendo que somos una mezcla del intercambio cultural que se ha dado a través de la historia y que, como a muchos, la alcanzó a ella también.

Artesanos de la ruta

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